miércoles, 11 de noviembre de 2015

LA LUZ DEL MUNDO (XX): Voluntad de Dios, miedo y muerte (1ª parte)

Buscando una respuesta, una pauta y la fuerza que me haga seguir adelante con mi vida, trato de ahondar en el tema de la voluntad de Dios. ¿Por qué seguir esa voluntad; en qué consiste; que consecuencias arrastra?. Recogiendo parte del material expuesto anteriormente, considero, ante todo, que existe un ser infinitamente superior a mí, todopoderoso y creador de todo. Poca cosa somos frente a Él, por muchas cosas que el hombre haya inventado y realizado. Nuestras necesidades y limitaciones, carencias, enfermedades y muerte nos acompañan. Pero algo tan insignificante como yo, nosotros, cobra un valor inmenso cuando en el plan de Dios se me fija un destino de inmortalidad y felicidad plena junto a Él : me crea a su imagen y semejanza, libre, hijo adoptivo suyo.

Él ha manifestado su plan a lo largo de la historia por medio de su Palabra y obras extraordinarias; y ha culminado su revelación y demostración de su amor hacia nosotros, enviando a su Hijo, Jesucristo, para rescatarnos de nuestra ceguera y de nuestra muerte.

Su deseo queda claro en Jn. 17,21y 26, “Que todos sean uno, como tu, Padre, estas en mí y yo en ti, para que también ellos sean uno en nosotros…para que el amor con que tu me has amado esté en ellos y yo en ellos”. Jesús quiere tenernos con Él; por eso antes ha dicho en Jn. 14,1, “ En la casa de mi Padre hay muchas estancias…Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo”. El amor del Creador por nosotros le lleva a adoptarnos como hijos : “Mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! “, nos dice Juan en 1Jn, 3, 1 y nos lo confirma Pablo en Rm. 8, 15 y 16-.

La convicción de ese amor que Dios nos tiene, es lo que llevó a Pablo a entregar su vida a Jesús hasta el fín de sus días, con firmeza y tenacidad, superando toda clase de dificultades, penalidades y agobios, como el mismo nos cuenta. Pablo es muy elocuente y contundente a la hora de manifestar su sometimiento a la voluntad de Dios y la razón del mismo: “Todo lo tengo por pérdida a causa del sublime conocimiento de Cristo Jesús, por cuyo amor he abandonado todas las cosas y las miro como basura para ganar a Cristo” (Fp.3,8 ); “Estoy crucificado con Cristo, pero no soy yo, es Cristo quién vive en mí; y aunque al presente vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí” (Gal.2,19); en esa línea, dice en otro pasaje, “ ninguno para sí mismo vive y ninguno para sí mismo muere; pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, morimos para el Señor…Que por esto murió y resucitó Cristo para dominar sobre muertos y vivos” (Rm. 14, 7-9).

Es lo mismo que nos dice Lucas,6,25. Pablo siente profundamente cual es el fundamento de su fortaleza, el amor que Dios nos tiene, y por eso nada teme: “Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros?. El que no perdonó a su propio Hijo, antes lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos ha de dar con Él todas las cosas?, ¿ quién nos arrebatará el amor de Cristo?, ¿ la tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? En todas estas cosas vencemos por aquél que nos amó.” (Rm.8,31 y ss.). Por lo mismo dice en otra epístola, "con gusto me gloriaré de mis flaquezas para que habite en mí el poder de Cristo. Por eso vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones sufridas por Cristo; pues cuando parezco débil, entonces soy fuerte” (2Cor. 12, 9 y10 )

En Pablo tenemos una referencia clara y profunda del porqué y cómo seguir a Jesús; pero el camino lo tenemos que emprender y continuar nosotros personalmente. Si el Espíritu de Dios nos ilumina al repasar nuestra vida, quizás lleguemos al convencimiento de que detrás de todos nuestros éxitos y fracasos, decepciones y estímulos, menosprecios y halagos, frustraciones y logros, está la mano del Padre que nos quiere y nos corrige. Para el que busca a Dios, tratando de encontrar las respuestas que el mundo no le da, o dándoselas, no le convencen, la luz del Espíritu de Dios le viene por la Palabra, la oración, el ayuno (que es la oración de los sentidos) y los sacramentos.

Esa Palabra tiene un contenido esencial que todos conocemos, “Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. Con Jesús, el mandato del amor va aún mas lejos: “amaos los unos a los otros como yo os he amado” es decir, hasta la muerte si es preciso. Muchos santos han llegado a este extremo al presentárseles la ocasión. Pero no podemos seguir ese precepto fundamental sin antes estar convencidos del amor de Dios hacia nosotros y hacia cada uno en particular, tal y como experimentó Pablo.

Solo desde la experiencia del amor de Dios, podremos, como Pablo, seguir a Jesús por el camino que Él mismo nos indica : “Si alguno no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quién no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío….el que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío” (Lc.14,25-33).Parece claro que este difícil camino hace necesaria una potente palanca que enérgicamente nos empuje a recorrerlo. Por eso toda la Palabra de Dios tiene dos objetivos muy claros : Convencernos del amor que Dios nos tiene y, por otro lado y en consonancia con esto, el Señor nos pide constantemente que confiemos en Él.

Estos dos mensajes tendremos que acreditarlos en nuestro fuero interno examinando la Historia, nuestra vida, la de los demás y la sociedad en general, a la luz de la Palabra, las obras extraordinarias que Dios ha realizado y de los hechos concretos que nos han afectado directamente o como testigos. En alguna ocasión, en el colmo de la insensatez, he oído referirse a la Biblia como cuentos y malos rollos. Otras veces, más moderadamente, se ataca a la religión en general, como algo inconsistente, refugio de fracasados y consuelo de incapaces. Con todo ello se está negando algo tan evidente como que el hombre necesita dar un sentido a su vida y a su muerte; que la sabiduría del Creador de todo, además de plasmada en toda la Creación, está recogida en su Palabra, que vela por el orden y la justicia de la sociedad evitando adulterios, robos, asesinatos, estafas, mentiras, difamaciones y violencia.

Se está negando que la causa de muchos males que acaecen, reside en el hecho de que nos hemos apartado de Dios, y el egoísmo y materialismo campan a sus anchas, lo que trae como consecuencia, guerras, familias desechas, jóvenes noctámbulos y desorientados, corrupción a todos los niveles, hambres e injusticias de todo tipo, abusos de las multinacionales, aberraciones que adquieren carta de naturaleza en función del número de gente que las practica… En contraposición a esta realidad nefasta, cuando la Palabra se hace carne en las personas, no solo evita todas las calamidades mencionadas, sino que produce unos frutos magníficos: Ahí están las obras extraordinarias de tantos y tantos santos y santas dentro y fuera de la Iglesia católica.

¡Qué atractivo debe tener esa Palabra para cautivar a una mujer tan inteligente como la judía Edith Stein, que vivió al margen de Dios y que, tras publicar varios libros filosóficos de alto nivel, conoció a Jesús a través de Santa Teresa, se hizo carmelita y murió de forma ejemplar en Auschwitz. Hoy es santa y copatrona de Europa.

Personalmente he conocido muchos casos de personas desgraciadas o simplemente equivocadas, cuyas vidas, al acercarse a Jesús, han experimentado un beneficioso y sorprendente cambio de rumbo: Muchos casos de jóvenes esclavos del sexo, o las drogas, que hoy viven libres y felices; matrimonios rotos que han rehecho sus vidas juntos otra vez; personas de valía y ambiciosas que han sabido encajar su paro y su fracaso; enfermos terminales que han afrontado la muerte en paz; el caso de una joven de muy buen nivel profesional que, al encontrar su vida vacía, quiso quitarse la vida y hoy es una virgen consagrada que solo vive para el servicio a los demás.

Naturalmente, en un mundo de egoístas, la palabra de Dios vende poco. Una Palabra que te pide que pienses en los demás antes que en ti mismo; que ayudes al compañero en vez de competir con él; que ofrezcas la otra mejilla cuando te abofetean en una de ellas; que perdones los insultos e injusticias que te hacen; que devuelvas bien por mal y que te ocupes de viudas, enfermos, presos, emigrantes y huérfanos que no podrán pagarte. No parece que sea un camino que estén muchos dispuestos a seguir en el mundo que nos rodea. Y así le va al mundo.

Así que vuelvo a retomar la idea fundamental: el esfuerzo constante de Dios para que creamos en su amor y, así, podamos confiar plenamente en Él y perder el miedo. Toda su Palabra va en esa dirección y la obra de Dios a lo largo de la Historia, y en nuestra historia personal, solo trata de acreditarla según he referido anteriormente. Por ello intentaré examinar esa Palabra desde diversos ángulos y bajo el prisma de mi experiencia personal.

En primer lugar, tengo claro que el Señor es el que lleva nuestra vida, que, al final, de una manera u otra, se cumple el plan de Dios que no siempre coincide con el nuestro. Sería absurdo que algo sucediese en contra de la voluntad del Creador de todo, o, simplemente, al margen de ella, cuando él mismo nos dice que “hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados” (Lc. 12,7) . Así lo entendía la reina Esther cuando decía, “Señor mío, rey y dueño de todo, todo está bajo tu poder y no hay quién se oponga a tu voluntad” (Est. 13,9). Y en el primer libro de Samuel (2, 7y8) podemos leer “El Señor da la muerte y la vida, hunde en el abismo y levanta, da la riqueza y la pobreza, abate y ensalza…pues del Señor son los pilares de la Tierra”.

Así lo he experimentado yo en mi vida; lo cual me llena de esperanza y confianza porque creo firmemente que “Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman” (Rm. 8,28) y que detrás de todo lo malo que me haya podido pasar en la vida, estaba mi Padre del cielo para evitarme males mucho peores que yo me habría acarreado de haber salido adelante mis proyectos. Todo lo que me pase, me guste o me disguste, tengo claro que estará encaminado a darme paz, manteniéndome en el camino hacia el cielo. Otra cosa será si mi camino busca otra meta. Así que pienso que el secreto de la felicidad está en hacer lo que podamos buenamente, abandonándonos a la Voluntad del Padre. No tengo ninguna duda que el Señor lleva los hilos de mi vida, y la de todos, y que es cierto “que el Señor es mi fuerza y mi poder, el fue mi salvación”, según dice Ex. 15,1 y repite Is.12,1; porque muchas han sido las ocasiones de mi vida en que, como dicen el salmos “en el peligro grité al Señor y él me escuchó poniéndome a salvo…el Señor es mi fuerza y mi energía; él ha sido mi salvación” (117,5 y 14); por eso puedo hacer mío lo que dice el salmo ( 26,1): “El Señor es el refugio de mi vida, ¿quién me hará temblar?”.

Consciente de que El está detrás de todo y que vela por mi bien, puedo dirigirme a Él con confianza : “Señor tu me darás la paz porque todas nuestras empresas nos las realizas tú” (Is.26,12 ). Así me lo confirma Salomón en el salmo 127, “ Si el Señor no construye la casa, en vano se afanan los constructores; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigila la guardia. En vano madrugáis y trasnocháis los que coméis pan de fatigas, pues el Señor colma a su amado mientras duerme”. También lo tenía claro Judas Macabeo cuando les decía a sus hombres, “la victoria no depende del número de soldados, pues la fuerza llega del cielo” (1Mc.3,19)

Hay una figura en la Biblia que ha sido para mí paradigmática en cuanto a confianza en Dios basada en su experiencia de vida; David. Cuando Saúl trata de quitarle de la cabeza el que conteste al reto del
gigante Goliat, David le responde: "El Señor que me libró de las garras del león y del oso, me librará de la mano del filisteo” ( 1 Sam. 17, 37). La confianza que pesa en su ánimo la expresa en el salmo 23: “El Señor es mi pastor, nada me falta…aunque camine por valle tenebroso, nada temo, porque tu Señor vas conmigo; tu vara y tu cayado me confortan”; él sabe que aunque “sean muchas las calamidades que sufre el justo…de todas le libra el Señor” (Salmo 34,20). A tal extremo llega su confianza en su Padre celestial que afirma en el salmo 27, 10 : “Si mi madre y mi padre me abandonan , el Señor me acogerá”.

Años después encontramos una contundente manifestación de confianza en el Señor; es la del profeta Habacuc que, tras afirmar que el “justo vivirá por su fidelidad” (2, 4), nos dice: “Aunque la higuera no echa yemas y las viñas no tienen fruto, aunque el olivo olvida su aceituna y los campos no dan cosechas, aunque no hay ovejas en el redil ni ganado en el establo, yo exultaré con el Señor, me gloriaré en Dios mi salvador. El Señor soberano es mi fuerza, El me da piernas de gacela y me hace caminar por las alturas” (Hab. 3, 17 y ss.)

Como resumen y conclusión, siento y creo que solo con una confianza plena en el amor y cuidado que nos profesa nuestro Creador y Padre, se puede vivir sin miedo en un mundo en el que el peligro y el riesgo nos acechan constantemente en forma de enfermedad, accidente, injusticia, desengaño o simple carta de Hacienda. Vivir con miedo es, cuanto menos, vivir a medias y, a veces, no vivir. Cuando perdemos la adecuada perspectiva de la vida y la muerte, cuando buscamos la seguridad en el dinero y en una vida terrena que día a día se nos va de las manos, entonces entramos en el mundo del miedo, el agobio y la angustia.

Dado que mi fe, y la de muchos, vive y lucha entre la niebla y la penumbra y que son muchas las veces que miro el estado de mi cuenta bancaria, nunca será bastante cualquier esfuerzo que haga para robustecer mi confianza en mi Padre y mi destino. Por eso, tras tratar la cuestión basándome casi exclusivamente en el antiguo testamento, en la próxima entrega intentaré consolidar y desarrollar todas estas ideas de la mano del Evangelio de Jesús.

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