Hablo con cierta aprensión de mi historia personal de fe,
temiendo contaminar de subjetivismo mi mensaje. Por eso no quiero perder de
vista que no pretendo hablar de mí, sino que con ocasión de mi experiencia,
aparezca siquiera sea algún destello de la Luz de Cristo. Así que trato de no
separarme de su Palabra y en ella me apoyo.
Retomando mi historia, decía en mi anterior entrega que he pertenecido a
las Comunidades Neocatecomunales, los kikos, desde hace unos 20 años y hasta
hace 5 meses. La causa de mi deserción comenzó a tomar forma hace 4 años cuando
el Arzobispo de Valencia Carlos Osoro promovió el Itinerario Diocesano de
Renovación de la fe (IDR), movimiento integrador de todas las sensibilidades y
movimientos en torno a la parroquia, iglesia local que nos integra en la
Iglesia universal de Jesús. El IDR ha sido, para los que lo hemos seguido, una
ayuda inmensa para centrar y clarificar las verdades esenciales de nuestra fe;
para conocer mejor al Padre, al Hijo y al Espiritu Santo; conocimiento que se
concreta y materializa en la Iglesia.
Mi
experiencia como Kiko me ha facilitado mucho la asimilación del contenido del
IDR; diría más, sin esa experiencia no habría iniciado ese Itinerario. Por eso me sorprendió mucho
que ninguno de mis hermanos de comunidad, personas con mis mismas inquietudes,
acudiese a esta llamada del Arzobispo, por otra parte muy cómoda de seguir,
pues se ha venido desarrollando en unas 4 reuniones al trimestre. A partir de
ahí empecé a reflexionar mas seriamente sobre ciertas prácticas que seguíamos
los kikos que nunca me gustaron, aunque las había dado de lado durante años en
aras de seguir beneficiándome del mensaje de Jesús que estaba recibiendo.
De
la mano del IDR he ido ahondando en mi condición de hijo de Dios; una condición
anclada en la libertad y la caridad; una condición indisolublemente unida a
Cristo y por tanto a su Iglesia, única
comunidad que descansa en el amor de Jesús que opera a través de su Espíritu
Santo y que hermana a todos sus discípulos sin distinciones, preferencias,
apartados o camarillas. Pablo habla muy claro de esta unidad que es nota
esencial de la Iglesia : “Solo hay un
cuerpo y un espíritu… solo un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de
todos…” (Efesios, 4,4 y sig.). Por eso Pablo censura en otra epistola las
envidias y discordias entre los que se creen hijos de mejor padre, “cuando uno dice, yo soy de
Pablo y otro, yo de Apolo” (1ª de
Corintios, 3,4); porque, como él mismo dice, “No hay ya judío o griego, no hay
siervo o libre, no hay varón o hembra,
porque todos sois UNO EN CRISTO JESÚS” (Gálatas, 3, 28).
Como la unidad de la Iglesia es algo sustancial, no son admisibles
prácticas que de una u otra forma impliquen un separatismo injustificado ni una
actitud pasiva o indiferente del grupo hacia el resto de la comunidad
parroquial o diocesana. Por eso nunca me gustó acudir a concentraciones
católicas bajo grandes pancartas que nos identificaban como kikos frente al
resto de hermanos congregados. Nunca me han gustado actos que hacíamos en la
parroquia en los que por el insuficiente o nulo anuncio, o por las horas
intempestivas de celebrarse, o por la liturgia excesivamente larga y peculiar,
apenas contaban con participación del resto de la parroquia.
Hay
dos prácticas separatistas que especialmente me repateaban:
1º) La frecuente pregunta que se nos hacía en
las convivencias de cómo habíamos conocido al Señor y que impepinablemente era
respondida, “a través de la comunidad”. Por verdad que esto sea, lo cierto es
que esto ha contribuido, entre otras cosas, a crear un sentimiento bastante
extendido, corregido insuficientemente, de que fuera de la comunidad no existe
vida, no existen otros caminos; casi podíamos decir que para muchos fuera del
ámbito de la comunidad las cosas no se hacen bien y la fe solo se puede recibir
a través de sus catequesis en el seno de la comunidad. Resulta evidente que, por buena que sea la
doctrina del camino, y doy fe de ello, nada hay que excluya a otros movimientos
de la Iglesia. Que yo sepa, nadie ha dado a los kikos patente de exclusiva.
Pero lo cierto es que muchos piensan que fuera de la comunidad les va a faltar
el aire y, naturalmente, se encierran, cuando la reacción consecuente de un
cristiano debiera ser la contraria, es decir, abrirse, compartir sin miedo a
contaminarse. Lo ha dicho el Papa Francisco : En mayo del 2013, con ocasión de un multitudinario encuentro en la
plaza de S. Pedro con los movimientos y las nuevas realidades de la Iglesia, el
Papa pidió a todos que no se cierren en sus comunidades, que estén abiertos a
todos los demás cristianos, a todos los hombres, “Esto es un peligro, nos
encerramos en la parroquia, con los amigos, en el movimiento, con aquellos con
los que pensamos las mismas cosas…¿sabéis que ocurre?, cuando la Iglesia está
cerrada, se enferma”(Paraula 26 de mayo del 2013). Luego, a principios del
2014, con ocasión de la reunión que tuvieron con el Papa, Kiko Arguello y un
montón de familias del Camino que se iban en misión a otros países, Francisco
les dijo: “la comunión es esencial. A veces es mejor renunciar a vivir todos
los detalles que el itinerario exigiría, con tal de garantizar la unidad entre
los hermanos que forman la única comunidad eclesial, de la cual es necesario
siempre sentirse parte.”
2ª) Una importante desviación, a mi juicio, consiste en la
sistemática celebración de la eucaristía en el ámbito cerrado de la comunidad y
no en ámbito abierto de la parroquia. Es como
si en una familia, a la hora de comer, unos cuantos miembros se sentasen
en una mesa aparte; no tendría sentido. Han convertido el banquete de la unidad
y el amor abierto, no excluyente, en una celebración propia, inherente a la
comunidad, con una liturgia propia, un horario propio y , lógicamente unos
asistentes propios que se visten de gala para este acontecimiento y que no lo
hacen cuando asisten a misas normales. Es frecuente oir “ a mí la misa fuera de
la comunidad no me dice nada”. Han degradado el sacramento de la unidad a la
categoría de celebración particular. En la pag. 279 del tomo IV del Breviario
podemos leer: “Procurad, pues, participar de la única Eucaristía, porque una
sola es la carne de nuestro Señor Jesucristo y uno solo el cáliz que nos une a
su sangre; uno solo el altar y uno solo el obispo con el presbítero y los
diaconos...
Pese a todo lo anterior, no me planteaba mi salida del movimiento
porque pensaba que “doctores tiene la
Iglesia” y que en algún momento cambiarán las cosas; lo sigo pensando. Pero lo
que no he podido asumir es la falta de delicadeza y el autoritarismo de la
mayoría de los catequistas que se consideran infalibles; ni dialogan ni dan
explicaciones. Exigen una obediencia ciega al estilo de Abraham cuando Dios le
pidió que sacrificara a su hijo, según me dijo un sacerdote del Camino que trataba
de justificar tal postura; también me dijo algo que ya había oído antes, “el
que obedece nunca se equivoca”. Resulta
absurdo que se equiparen a Dios y a nosotros a Abraham, porque “solo Dios es
bueno”, dice la Escritura, lo que equivale a decir que solo Dios es sabio y los
demás podemos equivocarnos; además es incierto que la obediencia sea sinónimo
de acierto y corrección; esa era la justificación que pretendían tener los SS
NAZIS cuando asesinaban a inocentes a mansalva. No se pueden desconocer los
límites que la obediencia tiene en los derechos humanos y, para los cristianos,
la libertad de los hijos de Dios y la conciencia, y en definitiva la caridad,
implican unas especiales exigencias : La libertad está en la base del amor, sin
ella éste no puede existir. La conciencia está en la base de la libertad; de
ahí que Pablo hable de la conciencia personal como referencia obligada para la
conducta propia y para el juicio sobre los demás; así leemos, “nada hay de suyo
impuro, más para el que juzga que algo es impuro, para éste lo es…La convicción
que tu tienes guardala para ti y para Dios. Dichoso el que a sí mismo no tenga que reprocharse lo que
siente. El que discierne, si come, se condena porque ya no procedió según
conciencia, y todo lo que no es según conciencia es pecado” (Rm. 14, 4 ; 22 y
23).
En la
Iglesia de Jesús, la obediencia no está
reñida con la libertad, porque ésta lo único que exige es que se nos trate como
lo que somos, hijos de Dios, hechos a su imagen y semejanza, con capacidad de
elegir la verdad. Y la obediencia nace de una autoridad que te ayuda a
descubrir la verdad no a imponértela; nace de una autoridad que se ejerce con
caridad. Esto no ocurre cuando se te trata como a un niño al que no se le tiene
en cuenta del todo y a quién no se le da ningún tipo de explicación. Con
frecuencia he oído a los catequistas dar como única explicación, “tú obedece
aunque no entiendas lo que se te dice, ya lo entenderás”. El problema no está
en que obedezcas a ciegas, aunque no entiendas nada, sino en que no seas libre
para discrepar, plantear objeciones y recibir todas las explicaciones habidas y
por haber. Y al final ser tú quién decide. Lo contrario es imposición.
La
imposición y el autoritarismo contradicen la Palabra:
1º) Porque parte de una
actitud y talante improcedente, según nos dice el único Maestro, “…no os hagáis
llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois
hermanos… El más grande entre vosotros sea vuestro servidor” (Mt. 23, 7-9
)
2º) Porque supone un ejercicio
inapropiado de la autoridad, contrario a la caridad y así nos lo enseña Jesús,
“…los príncipes de las naciones las subyugan…los grandes imperan sobre ellas.
No ha de ser así entre vosotros; al contrario, el que de vosotros quiera ser
grande, sea vuestro servidor y el que entre vosotros quiera ser el primero ,
sea vuestro siervo; así como el HIJO del
hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar la vida en redención de
muchos”. (Mt. 20, 25 y sigs.). Nada más lejos de la Palabra que la imposición y
el “esto son lentejas” y así nos lo confirma S. Pedro en su 1ª epístola (5,2):
“Apacentad la grey de Dios…vigilando, no forzados, sino voluntariamente, según
Dios;…no por afán de ganancia, sino de corazón; no tiranizando a los que os ha
tocado cuidar…”
Por
desgracia la historia de la Iglesia nos ofrece demasiados ejemplos de conductas
inapropiadas de autoritarismo y falta de caridad que caen dentro del supuesto
contemplado en la Palabra: "Llega la hora en que todo el que os dé muerte
pensará prestar un servicio a Dios y esto lo harán porque no conocieron ni al
Padre ni a mí”( Jn. 16, 2y3). ¡Cuantas imposiciones y atentados contra la
libertad!. No hay que remontarse a la Inquisición; nosotros mismos, los cristianos de a pie, tratamos
muchas veces de imponer a nuestros hijos nuestras convicciones, nuestra fe,
como si fueran objetos de nuestra propiedad y no hijos de Dios. Intentamos
meterles el mensaje de Jesús, el mensaje del amor y el perdón, sin ningún
respeto, tolerancia, paciencia…actuando en clara contradiccíon con lo que
decimos. No reconocemos nuestro pecado de orgullo porque está enmascarado tras
una verdad que nos avala pero que no sabemos transmitir; porque no la
practicamos, estamos faltos de caridad y humildad. Recuerdo que un familiar
mío, un Kiko con 30 años de antigüedad, me comentaba muy ufano como la novia de
su hijo le había pedido entrar a trabajar en su empresa y como él le había
puesto la condición de que primero tenía que asistir a las catequesis del
Camino Neocatecumenal. Formalmente, nada
que objetar, estaba en su derecho y su intención era buena. Sin embargo creo
que se equivocó al valerse de la situación de necesidad que tenía su “nuera”
para forzarla a conocer a Jesús. La chica respondió a la coacción retirando su
petición. Lástima que esta joven perdiese una ocasión única de conocer la
Verdad, no a través de unas catequesis de unos días, sino a través del contacto
diario con alguien, como mi pariente, que pienso le habría aportado una gran
ayuda. Lo peor es que seguramente se malograron otras ocasiones futuras como
consecuencia de esta mala experiencia de ataque a su libertad. También me viene
a la memoria las veces que se ha recomendado “encarecidamente” a los miembros
de la comunidad que sus novios/as
hiciesen las catequesis. En un caso que conozco, estas exigencias dieron
lugar al abandono de la comunidad por parte de una chica con cerca de 10 años
de pertenencia al movimiento.
La falta
de libertad que yo he experimentado en el Camino Neocatecomunal, ha sido la
gota de agua que ha colmado el vaso y determinado mi salida. Cuando, en fechas
no muy lejanas, fui destinatario de una medida objetivamente arbitraria, a
juicio de muchos, sin que los
catequistas se dignaran explicarla o justificarla; cuando manifesté mi protesta
por esto junto con otras criticas a su forma de actuar; cuando ví el silencio
de mis hermanos acompañado de su consejo de callarme; cuando ví las
“consecuencias” de haber hablado que no se habrían producido si hubiese
permanecido callado; cuando ví que la obediencia y humildad que se me exigía
primaba sobre mi condición de hijo de Dios, obligado a denunciar lo que, creo, no se está haciendo
bien, entonces mi sensación de pertenecer al rebaño de los catequistas, y no al
de Jesús, me hizo imposible la continuidad en el movimiento. Me sentía muy
incómodo en un movimiento dirigido por unos catequistas que se comportan como
jefes y no como hermanos, dando la sensación de que la comunidad es algo de su
propiedad; unos catequistas que adoptan una actitud distante y que ejercen su
autoridad basándose en su ley, la de la obediencia, ignorando que sin libertad
no existe la auténtica obediencia ni actúan con caridad sino respetan la
libertad; unos catequistas que no dialogan ni entienden que uno pueda
manifestar sus ideas como ejercicio de la libertad, tachando a tal ejercicio
legítimo y hasta obligado, de juicio
condenatorio que te sitúa fuera de la comunión que debe existir entre los
miembros de la comunidad. Han olvidado el pasaje que se recoge en Gálatas 2, 11
y sigs., en el que Pablo llama en público la atención al mismo Papa, S. Pedro:
“Pero cuando Cefas fue a Antioquía, en su misma cara le resistí, porque se
había hecho reprensible…cuando vi que no caminaban rectamente según la verdad
del Evangelio, dije a Cefas delante de todos: Si tu siendo judío, vives como
gentil y no como judío,¿por qué obligas a los gentiles a judaizar?”.
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