sábado, 29 de abril de 2017

LA LUZ DEL MUNDO (XXV): La Iglesia de hoy (3ª parte)

Consecuencias de la conversión.- La falta de conversión, de auténtica fe en nuestro corazón, nos ha llevado a contaminarnos del mundo y es causa de muchos males que aquejan a la Iglesia. Por eso en mi escrito anterior he intentado desarrollar el contenido de esa conversión, de la mano de la Escritura, para así saber donde están nuestros fallos. De este extenso desarrollo (no me atreví a cortarlo ni parcelarlo) me interesa, antes de seguir, resumir en unas líneas lo esencial.

Dios es el centro de nuestra vida: nuestro creador y destino, que debe marcar todas nuestras decisiones por la simple razón de que es el dueño y señor de todo y, por tanto, a Él debo someter mi voluntad. En Él debo confiar por encima de todo aunque muchas veces no entienda sus planes y situaciones. Nuestra seguridad no está en el dinero, nuestra paz no está en los placeres y la distracción, sino en el Señor. Y ¿cuál es la voluntad del Señor?; que le acompañemos en el cielo pasando por la tierra amándonos unos a otros como Él nos ha amado, hasta la muerte y muerte de cruz; sin amor, sin obras, nuestra fe es estéril y nuestra vida vacía, pues estamos hechos por el amor y para el amor; vamos contra nuestra propia naturaleza cuando nos encerramos en nosotros mismos y prescindimos de los demás, incluso a la hora de practicar nuestra religión. Este encastillamiento individual tampoco resulta aceptable cuando se practica en grupo como sucede a veces en el seno de la Iglesia, una en Cristo Jesús.

Mi fe debe estar cimentada en mi corazón, considerada como un tesoro; así, practicarla, será motivo de gozo y no una carga impuesta o un ejercicio de hipocresía. Por eso, el reto personal de cada uno: descubrir el amor de Dios en nuestra vida para que nuestro corazón salte de gozo; llegar a asimilar que soy hijo de Dios con todo lo que eso supone, pues parece mentira que un ser, como yo, haya sido elevado a tal dignidad, por encima de los ángeles. Y todo por puro amor de Dios; extraordinario regalo, sin mérito alguno por mi parte y, lo que es más, pese a mí demérito por mis traiciones. Así que es el amor de Dios , llevado hasta el extremo de la cruz, el fundamento de la justificación personal que alcanzamos a través del amor y el corazón; el cumplimiento de la ley no justifica a nadie si no está detrás el corazón; éste, llegado el momento, me impondrá unas metas superiores a la ley, si bien, paradójicamente, serán más fáciles de conseguir porque contarán con la fuerza del amor de corazón y el Espíritu Santo que anidará en mí. Jesús no vino, dice el Evangelio, para abolir la ley sino para darle plenitud en el amor; la ley está para que tomemos consciencia de nuestras limitaciones, y comprendamos la absoluta necesidad que tenemos de la misericordia de Dios.

Y “el camino, la verdad y la vida” es Cristo, en quién el Dios invisible se nos ha dado a conocer y que de modo especial permanece en su Iglesia pese a los errores que cometemos sus fieles, jerarquía incluida. Pero no hay lugar para el desánimo porque Jesús lleva la iniciativa y la batuta; Él no murió por los justos ni por los santos, sino por los pecadores y los impíos.

Queda resumido mi escrito anterior, donde doy respaldo bíblico a todo esto. Como fue muy extenso, he creído necesario hacerlo para que el mensaje quede nítido y no se pierda su perfil esencial. Y ahora prosigo el desarrollo de las muchas consecuencias que la fe implica.

La fe profunda viene de la mano del conocimiento de Dios, de quién procedemos y a quién vamos. A medida que conocemos a Dios nos vamos conociendo a nosotros mismos ya que hemos sido hechos a su imagen y semejanza para poder llegar a unirnos a Él tras un proceso de perfeccionamiento en nuestra vida; proceso en el que vamos madurando en nuestra esencia. Poco a poco nuestra fe, nuestra disposición a hacer el bien, va dejando de ser una carga, una obligación, y se convierte en una devoción, en una fuente de felicidad; nuestra paz no la encontramos entonces en hacer lo que nos apetece, nos gusta o nos es cómodo, sino en hacer lo que debemos hacer, la voluntad de Dios, aunque nos cueste un esfuerzo – “…hacer tu voluntad es mi deleite y yo llevo tu ley en mis entrañas” (salmo 39) - Por eso muchos, sin la fe suficiente, no entendemos nuestra felicidad sino va de la mano de hacer lo que nos da la gana, de la falsa libertad de buscar nuestra satisfacción; todo, y a todos, lo juzgamos según lo que nos aportan; no comprendemos el sacrificio por nada ni por nadie, el dar sin recibir. Somos esclavos de nosotros mismos, ídolos de barro que nos extinguimos con un soplo.

Al desplazar a nuestro Creador del centro de nuestra existencia, hemos sembrado la simiente del odio, la avaricia, la ira, la envidia, la pereza y la lujuria y empezamos a cultivar nuestra desgracia, y la de los demás, con las armas de la violencia y la injusticia. Caminamos en las tinieblas. Sin embargo, el convertido camina en la luz de la Verdad y con la fuerza del Amor alcanza la libertad frente a los muchos errores y esclavitudes con los que el mundo le bombardea constantemente- “Si os mantenéis en mi palabra…conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn. 8, 31 y ss.). – El conocimiento de Cristo a través de su palabra, nos da a conocer la verdad acerca de Dios y de nosotros mismos, nos enseña nuestra esencia y destino y nos libera del error de creernos seres con un contenido y destino al margen de Dios. Esta verdad corta muchas cadenas como veremos.

Nos libera del temor a la muerte- “ Porque esta es la voluntad de mi Padre, que todo el que ve al Hijo y cree en el El, tenga la vida eterna, y yo le resucitaré en el último día”(Jn6,40); “ Porque tanto amó Dios a mundo, que le dio su Hijo Unigénito para que todo el crea en El no perezca sino que tenga la vida eterna” (Jn. 3, 16); “Que no habéis recibido el espíritu de siervos para recaer en el temor, antes bien habéis recibido el espíritu de adopción por el que clamamos ¡Abba, Padre!...somos hijos de Dios, y como tales herederos de Dios” (Rm. 8, 15); Jesús “liberó a todos los que, por miedo a la muerte, pasaban la vida entera como esclavos” (Heb. 2,15).

La fe profunda nos libera de la mentira de creer que el mundo que nos rodea, que vemos y sentimos, es la única realidad; En contra de aquellos que predican que las creencias y religiones no son otra cosa que fantasías en las que la gente se refugia para poder soportar las angustias de la vida, la fe nos dice que la realidad más auténtica y definitiva está más allá del mundo material; que lo irreal es vivir de espaldas a nuestra realidad espiritual, a nuestras ansias de justicia, libertad y eternidad. Y esta inquietud y búsqueda de lo justo, eterno y definitivo, ha obtenido una respuesta bien tangible de parte Dios, conectando el mundo espiritual a nuestra percepción sensible y material : No es una fantasía ni humo la presencia de Dios en la historia de la humanidad constatada a través de su Palabra y el acontecimiento de hechos extraordinarios. Parece evidente la necesidad que tiene el mundo de su creador y del imperio de su ley, del amor, para lograr un cambio, una transformación, hacia la justicia y la paz.

La plenitud de la revelación de Dios llega a su culminación con la venida del mismo Dios a la Tierra, encarnándose en la persona de Jesús; con Él, el mensaje del amor, nuestra condición de hijos de Dios y nuestro destino junto a Dios, quedan explicados de forma definitiva y acreditados con milagros que se prolongan en el tiempo hasta nuestros días. La pasión y muerte en cruz de Jesús, anunciadas por los profetas y aceptadas voluntariamente por Jesús, disipan cualquier duda sobre nuestra condición y destino pese a nuestros pecados y traiciones; porque cuando Jesús era azotado, insultado, golpeado, escupido, coronado con espinos ,abandonado de todos y clavado en una cruz, lo que realmente estaba sucediendo era que estaba derribando a patadas la puerta del cielo que nosotros habíamos cerrado; y al exhalar su último aliento de vida pudo exclamar, “todo está cumplido”; nos había devuelto la libertad y la vida según el plan trazado por el Padre al crearnos, limpiándonos de nuestras culpas, y dándonos una prueba definitiva del amor de Dios hacia nosotros. Asimilado en nuestro corazón ese esfuerzo de Dios, reiterado y palpable, por darnos a conocer su amor; convencidos de nuestra condición y destino gratuitamente otorgados, surge como consecuencia natural e inmediata el agradecimiento y la necesidad de comunicarnos con aquél a quién todo debemos y que nos considera sus hijos ; y nada mejor para entrar en contacto con nuestro Padre celestial que la oración y la Eucaristía.

La Verdad nos libera de la mentira del yo como Dios supremo y de todas las servidumbres que van aparejadas a esa actitud ególatra. El sometimiento a la voluntad de Dios es el norte y cauce de nuestra libertad y paz; fuera de ella vivimos en un desajuste permanente que nos lleva a la angustia y la infelicidad. El Señor es el dueño de todo lo que somos y tenemos, empezando por nuestra vida, y todo puede sernos arrebatado en cualquier momento; Él lo da y lo quita según unos planes que no siempre entendemos. Jesús, nuestro ejemplo a seguir, nos marca claramente el camino: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y acabar su obra” (Jn. 4,34). Cuando preveía la tortura que le esperaba, rezaba al Padre, “Padre mío, si es posible pase de mí este cáliz; pero no se haga lo que yo quiero sino lo que tú quieres” (Mt.26,39).

Y la Virgen, en sintonía perfecta con el Creador, ya nos había proclamado,” He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”(Lc. 1,38).

A la luz de lo anterior aparece un contenido en nuestra vida, una fuerza y unas perspectivas nuevas , que antes no teníamos, esclavos de nuestro egoísmo. El ceñirnos a la voluntad de Dios en nuestra forma de vivir, proyectos y decisiones, no es solo fruto de las consideraciones antes hechas y del modelo de vida que Jesús encarna y nos anima a seguir; en muchos de nosotros existe una experiencia personal que avala este enfoque de nuestra vida. En lo que a mí respecta, puedo decir que durante mucho tiempo he buscado una seguridad, un amor y una situación profesional según mis planes de crearme un mundo ideal aquí en la Tierra; para ello contaba con mi esfuerzo y con un Dios que intentaba utilizar para mis fines. La realidad es que el Señor ha frustrado la mayoría de mis planes y ha hecho de mi vida lo que ha querido, haciéndome ver con claridad que todo lo que tengo se lo debo a Él : Mi vida, que he estado a punto de perder en 3 ó 4 ocasiones; mis bienes, que si los tengo es gracias a su intervención de la que tengo pleno convencimiento, y , en definitiva, veo claramente que el itinerario de mi vida me lo ha trazado Él en gran medida, privándome de muchas cosas y dándome otras muchas según lo que a su juicio, y no al mío, más convenía a mi conversión y encuentro con Él.

Desde la perspectiva de hacer de nuestra vida un instrumento de la voluntad de Dios, nace en nosotros un montón de consecuencias: Muere en nosotros el hombre viejo atado a unas metas egoístas que le llevan la soberbia, la ira, la envidia, la codicia y los placeres, y nace un hombre nuevo con una misión concreta, consciente de que Dios pone los medios para llevarla a cabo y pondrá el resultado que crea conveniente, contando siempre con nuestro esfuerzo y colaboración; ya no hay lugar para el desánimo que generan las dificultades para alcanzar nuestros objetivos. Ya no importa tanto el éxito o el fracaso como en hacer en cada momento lo que debemos hacer, y , en consecuencia tampoco hay lugar para la frustración. También la pereza queda en gran medida desplazada por cuanto ésta suele ser fruto del desánimo y la frustración que nos lleva a la inactividad, o bien a esa otra forma de pereza que consiste en hacer lo que nos apetece y no lo que debemos hacer. Ahora tenemos una misión que lejos de ser la de darle gusto al cuerpo, consiste en colaborar con el Señor a transformar el mundo.

Y esa misión nos trae la paz; porque ya no somos esos a los que se refiere el Señor en el salmo 94, “Pueblo de corazón extraviado que no reconoce mi camino; por eso…no entrarán en mi descanso”. Por el contrario, seguimos el consejo de Jesús, “ Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mt. 11,29). Lo que cuenta no es lo que somos y tenemos, una vida difícil y miserable para algunos; lo que cuenta es que nuestra vida contribuya a que se cumpla la voluntad de Dios que nos llevará al cielo por caminos a veces difíciles de aceptar.

La conversión profunda lleva aparejada la acción para la transformación del mundo. Los cristianos de verdad intentan cambiar el mundo por dos caminos: Por un lado, divulgando el mensaje de Jesús siguiendo su mandato, “id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Mc.16, 15 ), por lo que Pablo dice, “evangelizar no es gloria para mí, sino necesidad” (1Cor. 9,16), pues la Verdad no se ha dado para ser ocultada sino para ser divulgada ; y por otro lado, practicando la caridad, sabedores de que todo lo que tienen no es para su uso exclusivo, que el dueño de todo es el Señor; que Él no creó el mundo y sus riquezas para su disfrute por unos pocos, sino para el bien de todos y la misión del cristiano no consiste en acaparar sino en repartir.

Para finalizar por hoy, la adhesión incondicional a Jesús implica la pertenencia sin reservas a su Iglesia. No entiendo una fe profunda al margen de la Iglesia. Así lo creo por lo que sigue.

En primer lugar, la obra de Jesús exigía una continuidad en el tiempo de cara a las generaciones futuras. Por eso Jesús dijo, “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt. 28,20 ).Para ello no solo funda la Iglesia, y la acompaña con su Espíritu Santo desde el día de Pentecostés, sino que también Él está físicamente presente en su Iglesia, en la Eucaristía, oculto bajo la formas de pan y vino. Esa presencia suya otorga a la Iglesia la santidad.

Además esa Iglesia tiene otra nota esencial que es la unidad, según el deseo de Jesús de que haya “un solo rebaño y un solo pastor”( Jn. 10, 16). Todos los miembros de la Iglesia formamos un solo cuerpo cuya cabeza es Cristo, pues “todos nosotros hemos sido bautizados en un solo Espíritu para constituir un solo cuerpo”(1 Cor. 12, 13), y “El es la cabeza del cuerpo de la Iglesia”,(Col. 1, 18). Por esto, “ya no hay distinción entre judíos y griegos, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos somos uno en Cristo Jesús-“ (Ga. 3,28). Esa unidad de la Iglesia requiere de la autoridad del colegio apostólico que la dirige y da cohesión, y de esta manera se garantiza que el mensaje de Jesús no se vea alterado por aportaciones o interpretaciones de personas o grupos, sin contar con la autoridad eclesiástica.

Por otro lado, en el seno de la Iglesia, Jesús se hace realmente presente en la Eucaristía, sacramento que actualiza y reproduce la entrega de Jesús en la Cruz para nuestra salvación; por ello la Eucaristía es causa primera de la Iglesia y alimento permanente de la misma. Cristo está en su Iglesia y es ahí donde mejor puede uno encontrarlo y seguirlo. La falta de fe, que con frecuencia viene de la mano de la soberbia y del desconocimiento del mensaje de Jesús, entraña el alejamiento de la Iglesia y la tibieza de muchas personas ; se entra entonces en un proceso de pereza y de relativismo moral que lo juzga todo según el criterio personal y no según el Evangelio; es un círculo vicioso del que es difícil salir porque ese alejamiento de la Iglesia propicia menos luz y mas pereza para superarlo; tiende a hacerse crónico y más intenso. Nace el mundo de los creyentes no practicantes, como se llaman a sí mismos, cuando en realidad no practican por no ser en realidad creyentes.

martes, 21 de febrero de 2017

LA LUZ DEL MUNDO (XXIV): La Iglesia de hoy (2ª parte)


Decía en el escrito anterior que el origen de muchos problemas de la Iglesia de hoy estaba, a mi entender, en una cierta pérdida de nuestro modelo, Jesús, y en un distanciamiento, de muchos católicos, de su cuerpo místico que nos sigue acompañando, la Iglesia. Esto genera una tibieza que se traduce en fariseísmo, relativismo moral y proliferación de los creyentes no practicantes. Pues bien, debajo de todo esto, la raíz de todos los males que aquejan a la Iglesia y los católicos, está en algo que nada tiene de nuevo, aunque sí parece más extendido, LA FALTA DE CONVERSIÓN DEL CORAZÓN, de auténtica fe. Debemos profundizar en lo que la conversión es e implica, para saber en qué dirección tenemos que caminar, apartándonos de aquellos caminos equivocados que se siguen.
 La conversión consiste en poner a Dios, a Jesús, en el centro de nuestra vida; que Él sea el eje en torno al cual gire nuestra existencia y decisiones. El Shemá del Deuteronomio lo explica con claridad y contundencia (Dt.6,4) : “Escucha Israel y pon cuidado en guardar y practicar lo que te hará feliz… : El Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Y estos mandamientos estarán estampados en tu corazón y los enseñarás a tus hijos y en ellos meditarás sentado en tu casa y andando de viaje y al acostarte y al levantarte. Y los has de llevar, para memoria, ligados en tu mano y pendientes ante tus ojos. Y los escribirás en las jambas y en las puertas de tu casa”.  Jesús hace suyo este precepto de forma total y absoluta (Mt.22,37; Lc10,27; Mc. 12,28 ). Intento a continuación desarrollar el contenido de este precepto según lo que leo en la Biblia.
Lo primero que nos dice el Shemá es que el Señor es “único Señor”. El es el dueño de todos y todo : “No hay mas que…un solo Señor ,Jesucristo, por quien son todas las cosas y nosotros también”( 1 Cor. 8,6); “todo fue creado por El y para El” (Col.1,16) . Por eso “ninguno de nosotros para sí mismo vive…pues si vivimos, para el Señor vivimos”( Rm. 14,8), pues “en El vivimos, nos movemos y existimos” (Hchos. 17,28). Todo lo ha creado el Señor y lo mantiene según su voluntad, “El Señor da la muerte y la vida, hunde en el abismo y levanta, da la pobreza y la riqueza , humilla y enaltece”( 1S. 2,4). La sabiduría del Señor nos sobrepasa y no podemos juzgar sus planes, a veces incomprensibles para nosotros, pues, como nos dice a través de Isaías (55,9) “Que mis pensamientos no son vuestros pensamientos ni  vuestros caminos son mis caminos, dice el Señor, sino que cuanto se eleva el cielo sobre la tierra, así se elevan mis caminos sobre los caminos vuestros y mis pensamientos sobre los pensamientos vuestros”. En este sentido nos dice el Eclesiástico (33.13-14), “como el barro está en manos del alfarero para hacer y disponer de él , y pende de su arbitrio el emplearlo en lo que quiera, así el hombre está en manos de su Hacedor, el cual le dará el destino según su propia decisión.” Por eso nos dice Pablo (Rm.9,20 ), “Quien eres tú para pedir cuentas a Dios? ¿Acaso dice el vaso al alfarero: ¿por qué me has hecho así?”. Está claro que los planes del Señor no son nuestros planes y muchas veces no entendemos lo que nos pasa o vemos razones distintas a las razones que Dios tiene. Así sucedió en el caso del ciego de nacimiento; mientras los discípulos de Jesús veían la ceguera como castigo de los pecados, Jesus les dice que ésta no era la causa, sino que tal ceguera se dió para que se manifestase, en la curación del ciego, las obras y el poder de Dios, (Jn. 9, 1 y ss.) Por eso debemos confiar en su infinita sabiduría y misericordia porque, como dice Pablo (Rm. 8,28 ) “sabemos que Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman”. Esa es la confianza que proclamaron los profetas: Así Isaías dice, “Señor tu nos darás la paz porque todas nuestras empresas nos las realizas tú” (26,12); así Habacuc ( 3,17), “Aunque la higuera no echa yemas y las viñas no tienen fruto, aunque el olivo olvida su aceituna y los campos no dan cosechas, aunque se acaban las ovejas del redil y no quedan vacas en el establo, yo exultaré con el  Señor, me gloriaré en Dios mi salvador. El Señor soberano es mi fuerza, el me da piernas de gacela y me hace caminar por las alturas.”  Pablo remata esa confianza en Dios cuando nos dice,”¿Quién podrá arrebatarnos del amor de Cristo?; ¿la aflicción, la angustia, la persecución el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?. En todo esto vencemos fácilmente por aquél que nos ha amado “ (Rm.8,35.37).
Así que toda la Palabra que antecede nos dice con claridad que nosotros no somos los dueños de nuestra vida ni de nuestros bienes ; que el destino de nuestra vida y nuestros bienes lo fija el dueño, el Señor, según su voluntad que muchas veces ni entendemos ni nos gusta, pues su sabiduría y planes exceden infinitamente nuestro conocimiento. Solo nos queda confiar en el Señor que hará lo más conveniente para el bien de todos los hombres en general y de cada uno de nosotros en particular, por difícil que sea a veces aceptarlo, según el destino que nos tiene asignado junto a El.  A Job le costó aceptarlo, pero recorrió un itinerario de aceptación que nos ilustra todo lo dicho: A Job el Señor le quita todos sus bienes, que eran muchos, todos; también le quita todos sus muchos hijos, todos. Job acepta la voluntad y el señorío del Señor sobre todo, y nos dice, “Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allá. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor” (Job. 1, 20-22). Mas adelante el Señor consiente que Satán llague todo su cuerpo con la lepra; de entrada sigue sumiso a la voluntad de Dios y manifiesta,”si recibimos los bienes de la mano de Dios, ¿ por qué no vamos a recibir los males también’ “ (2, 10). Pero su vida, día a día, se le hace insoportable y llega a maldecir el día que nació, se rebela contra el sufrimiento. Sus amigos le instan a que siga confiando en el Señor ,diciéndole,  “ no desprecies la corrección del Señor porque El mismo hace la llaga y la sana, hiere y cura con sus manos” (5,17). Job sigue sin entender lo que le pasa, considera que no es justo; sus amigos insisten en que confíe en el Señor y como Job no da su brazo a torcer, al final, Dios le habla a Job y le hace ver que él no es quién para juzgar los planes de Dios según la divina sabiduría; Job termina reconociendo, “he hablado indiscretamente y de cosas que sobrepujan infinitamente mi saber”. Al final Dios le curó la lepra y le dió más bienes e hijos que le había quitado.
La idea tradicional en el pueblo judío de que cada uno recibimos lo que nos merecemos según nuestra justicia, viene a superarse en el Libro de Job y en la Palabra mencionada antes que él; no es nuestra justicia, sino la de Dios, la que fija los acontecimientos según sus planes e infinita sabiduría; recordemos el pasaje del ciego de nacimiento antes citado y, sobre todo, meditemos en la injusticia humana que sufrió Jesús y que Él libremente aceptó en cumplimiento de los planes de salvación que el Padre tenía para toda la humanidad. En todas estas Palabras y consideraciones está la respuesta a  casos de sufrimiento de víctimas inocentes de catástrofes, accidentes o  enfermedades; solo Dios sabe por qué suceden y nosotros solo sabemos y confiamos en que todo, privaciones y muerte incluidas, está ordenado para la salvación de todos y que la felicidad en este mundo no es un valor absoluto sino que está en función, depende, de nuestro destino final junto al Creador y Padre. Otras  veces, como es el caso de guerras e injusticias, el  dolor está causado por los hombres, que se apartan de la senda del bien y  del amor que Dios nos marca, y  hacen mal uso de la libertad que Dios nos concede y de la cual nos pedirá cuentas.
Por otro lado, el Libro de Job  deja incompleto el asunto del sufrimiento, pues solo en Jesús, nuestro modelo, podemos hallar la respuesta plena: Cristo se sometió a la voluntad del Padre por amor, aceptando la pasión y cruz,  y cumplió la misión que el Padre le había encomendado, salvarnos. A imitación de Jesús, nosotros por amor a Él, aceptamos nuestra cruz y, al aceptar la prueba del sufrimiento, robustecemos nuestra confianza en Jesús, nuestra fe, y nos asemejamos y unimos más a El para acompañarle en el destino para el cual nos ha creado, el cielo . Así que podemos dar sentido y transformar nuestro sufrimiento en una muestra de amor y confianza en Jesús, como oración poderosa de nuestra alma y sentidos que nos une más a El. De la unión con Jesús, con el Amor, se desprende un mayor desapego a este mundo, una mayor negación de nuestro egoísmo, y una mejor disposición a entregarnos a los demás como El se entregó por nosotros; en definitiva, vivimos más en el amor, que es nuestra esencia; así vivimos de forma más auténtica con los ojos puestos en nuestro destino final, definitivo y eterno, sin preocuparnos tanto de nosotros mismos y de lo que nos causa el sufrimiento, la falta de afecto, dinero, salud y vida. Vivir en el amor es vivir en esa “verdad que nos hace libres”; cambiamos la irreal visión que tenemos de este mundo, breve y pasajero, y vivimos de forma más auténtica, como espíritus que esencialmente somos destinados a una vida superior; apartamos la vista de nuestro ombligo, de nuestras vergüenzas y de la tierra donde se pudren los muertos y miramos hacia el cielo, admirando la obra de un creador que nos anima a llegar a Él practicando la justicia y haciendo el bien a nuestros hermanos; a través del amor.
Pero no solo el ejemplo de Jesús, sino también su Palabra, nos ilumina el señorío de Dios sobre todo: Las querencias y afectos mundanos, por nobles que sean, no pueden desbancar a Dios del primer puesto en nuestro corazón, porque El es “el UNICO SEÑOR”, y por eso nos dice Jesús, “el que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí , no es digno de mí “ (Mt. 10,37); y en otro lugar, “cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes no puede ser mi discípulo” (Lc. 14, 13), porque  “todo reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir”( Mc. 3,23); y eso se produce cuando “los cuidados de este mundo y la seducción de la riqueza ahogan la Palabra de Dios y la dejan sin fruto”  (Mt. 13,22), por lo cual añade Jesús , “no podéis servir a Dios y al dinero” (Mt. 6,24). Por ello Jesús nos invita a ponernos incondicionalmente a su lado, negándonos a nosotros mismos y cogiendo nuestra cruz de cada día, porque si queremos vivir a nuestro antojo, prescindiendo de Él, no podremos encontrar la vida, la felicidad; “el que quiera salvar su vida, la perderá y el que la pierda por mí, la ganará” (Mt. 16,24).En definitiva, el Señor nos invita a elegir la felicidad y la libertad a su lado, frente a la esclavitud del dinero y las pasiones; a desatarnos del mundo para vivir mejor en el mundo, confiando en El y no en nuestras fuerzas y dinero. Si buscamos el paraíso aquí, donde no está, dejándonos llevar de nuestras apetencias y concupiscencia, solo encontraremos frustración y angustia
Después de decirnos que “el Señor, nuestro Dios, es el único Señor”, el Shemá añade, “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con  toda tu alma, con todas tus fuerzas”.  Jesús acepta de forma plena tanto el primer precepto como el segundo, según recogen los tres evangelistas sinópticos, si bien liga a este último ,y de forma inseparable o consustancial, otro precepto : “Amarás al prójimo como a ti mismo” (Mt. 22, 39). Jesús quiere nuestro corazón para sí, pero  no para quedárselo sino para compartirlo con todos sus hermanos porque el plan de Dios es que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1ª Tm. 2,4) ; su plan es llevarnos a todos junto a Él, por lo que no tiene sentido que pretendamos llegar a Él de forma individual o en grupito al margen de todos los demás, al margen  de todo el pueblo de Dios, como nos dice el Papa Francisco al comentar ese pasaje del Evangelio donde se dice que “no se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos” (Mt. 5,15). Y es que la fe, el amor a Dios , no puede darse sin la caridad, el amor al prójimo; éste es la prueba de aquél; y , así, nos dice Santiago en su epístola (2,17) “la fe sin obras es una fe muerta”; y lo mismo Pablo en 1ª Cor. 13,2, cuando nos dice que aún “teniendo…tanta fe que traslade montes, si no tengo caridad, no soy nada”. Es tan sencillo como que, si queremos unirnos a Dios, al amor, debemos asemejarnos a Él, seguirle como modelo, porque, dice, “yo soy la luz del mundo; el que me sigue no anda en tinieblas , sino que tendrá luz de vida” (Jn. 8,12); y Ël  nos ha amado dando  la vida por todos. Por eso en otro pasaje evangélico, Jesús amplia el Shemá diciendo, “un nuevo precepto os doy :  que os améis los unos a los otros como yo os he amado” ( Jn. 13,34 ). Jesús se pone como ejemplo y medida del amor que nos salva; no hay otra vía que nos lleve a la Vida que no pase por el prójimo; por lo que Juan afirma “si alguno dijere, amo a Dios, pero aborrece a su hermano, miente” (1ªJn. 4, 20). Asemejarnos a Dios nos lleva a amar al prójimo. Por otro lado, amar al prójimo nos conduce a Dios, porque vivimos según nuestra esencia, ya que estamos hechos a su “imagen y semejanza,” y descubrimos que esa forma de vivir es la auténtica, la que nos proporciona paz y alegría por  cuanto nos ajustamos a nuestro modelo, Dios, que “es amor”. Ya lo había anunciado Isaías, “cuando abrieres tus entrañas para el hambriento, y consolares el alma angustiada, nacerá para ti la luz en las tinieblas y tus tinieblas se convertirán en claridad de mediodía. Y el Señor constantemente satisfará tus deseos en los desiertos y reforzará tus huesos”.
La conversión es una convicción profunda que echa raíces en el corazón. Solo así podremos practicar una caridad sincera y auténtica porque “el hombre bueno del buen tesoro de su corazón saca cosas buenas…de la abundancia del corazón habla la boca” (Lc. 6,45). De lo contrario seremos, como dice Jesús, “…un pueblo que me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí” (Mt. 15, 7);ya sabemos que “del corazón del hombre provienen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios , las blasfemias” (Mt. 15, 18 y 19) y  por eso “no todo el que dice, Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre” (Mt. 7,21). No debemos ser como los fariseos que se creen buenos, mejores que los demás por ser estrictos cumplidores de la ley, pero su corazón está vacío de amor; Jesús les llama “sepulcros blanqueados” y “raza de víboras”.  Jesús quiere nuestra conversión plena, nuestra entrega sin reservas al Amor desde nuestro corazón. Para llegar al corazón tendremos que descubrir el amor de Dios y considerarlo nuestro bien más preciado, porque “donde está tu tesoro, allí estará tu corazón”(Mt. 6,21)
El camino para entregarnos a Dios desde el corazón, es un camino personal en el que Dios irá poniendo las circunstancias, acontecimientos, y presentándonos su llamada. En cualquier caso, nuestra conversión dependerá de que descubramos profundamente y sin reservas, el amor que Dios nos tiene según su plan de hacernos partícipes de su vida inmortal. En función de ese amor, Dios ha creado un mundo maravilloso y nos lo ha entregado para nuestra habitación y disfrute;  en él vemos reflejado su sabiduría y poder; luego se nos ha manifestado, y sigue haciéndolo , a lo largo de la historia, colectiva y personal, con hechos y palabras, indicándonos el camino que hemos de seguir para ser felices y encontrar la vida eterna. Esta actuación en nuestra vida ha alcanzado su cénit con la venida al mundo del mismo Dios, nada menos, en la persona de Jesús, a quién el Padre le asignó la misión de entregar su vida en redención de nuestros pecados, sufriendo una muerte cruel, de insultos, salivazos, golpes, azotes y  cruz; muriendo por aquellos que le habíamos despreciado. Con ello, Jesús nos abrió las puertas del cielo y nos regaló la posibilidad de que “todo el que crea en El no perezca, sino que tenga vida eterna”(Jn. 3,16), otorgándonos la impensable y extraordinaria dignidad de hijos de Dios, “a cuantos le recibieron les dio poder de venir a ser hijos de Dios” (Jn.1, 12 ) y si  “somos hijos de Dios,…también herederos de Dios, coherederos con Cristo, supuesto que padezcamos con Él, para ser con Él glorificados” (Rm.8, 17 ). Esto le hace decir a Juan, “ved que amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios, y lo seamos” (1ª Jn. 3,1 ).
Y todo, nuestra condición inigualable de hijos de Dios, nuestro incomparable y extraordinario destino, nos ha sido dado por Dios de forma gratuita, como regalo que no exige la contraprestación de nuestras obras, o nuestro cumplimiento, sino solamente nuestra fe auténtica, de corazón y no de”boquilla, que se manifiesta y aflora en las obras, según hemos visto. Así nos dice Juan (3,17), “Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él . El que cree en Él no es juzgado ; el que no cree, ya está juzgado”. Lo único que cuenta “es una fe activa en la práctica del amor” (GA.5,6), “Porque toda ley se concentra en este precepto, amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Ga. 5,14). No vamos a ser juzgados por el cumplimiento o no de la ley, sino por nuestra fe real. En sus epístolas Pablo desarrolla este mensaje evangélico nuclear: “Pues de gracia habéis sido salvados por la fe, y esto no os viene de vosotros, es regalo de Dios; no viene de las obras para que nadie se gloríe” (Ef. 2, 8 y 9); “pues si por la ley se obtiene la justicia, en vano murió Cristo” (Ga.2,21). Pero no, nuestra justificación está en Cristo y nosotros solo tenemos que hacer una cosa, escondernos en Él. Por eso S.Bernardo  abad (Breviario tomo III, pag. 99 y ss) nos dice, “mi único mérito es la misericordia del Señor. No seré pobre en méritos mientras él no lo sea en misericordia”; antes ha dicho, “Si cometo un gran pecado, no perderé la paz porque Él <fue traspasado por nuestras rebeliones>.¿ Qué hay tan mortífero que no haya sido destruido por la muerte de Cristo? “. El salmo 129 en esta línea nos sigue animando, “ Señor, quién podrá resistir si tienes en cuenta nuestras culpas. Más el perdón se halla junto a ti…mi alma aguarda al Señor mas que los centinelas la aurora…Porque con El Señor está el amor, junto a Él la abundancia de rescate”.
Si elegimos a Cristo frente al mundo, al amor frente al egoísmo y el dinero, al espíritu frente a la carne, a la verdad frente a la mentira, estaremos eligiendo la libertad y la vida frente a la esclavitud de los ídolos y la muerte ; y seremos unas criaturas nuevas: “No hay ya condenación alguna para los son de Cristo Jesús, porque la ley del espíritu de vida en Cristo, me libró de la ley de la carne y de la muerte...” (Rm. 8,1-2); “ Vuestra vocación  es la libertad, no para que se aproveche la carne”, sino para ser “esclavos unos de otros por amor” (Rm.5,13 ). Esa criaturas nuevas, revestidas del amor de Cristo y a Cristo,  están “Ahora desligados de la ley …muertos a lo que les sujetaba, de manera que sirven en espíritu nuevo, no en la letra vieja”(Rm. 7,6). Y no es que la ley no sirva, sino que está superada; así no dijo Jesús, “no he venido a abolir la ley y los profetas, sino a darles plenitud” (Mt. 5,17). Ahora la ley del amor engloba y supera a la ley; nuestra actuación no va encaminada a cumplir una ley que nos viene impuesta desde fuera, sino a realizar una voluntad que nos nace del corazón y que solo tiene como pauta el amor, el perdón y la misericordia, de nuestro modelo, Jesús; por eso Pablo afirmaba, “ya no vivo yo, es Cristo quién vive en mí…vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”.(Ga.2,20)
Decidirnos por Dios y por la vida, en la línea antes comentada, es una elección que cuenta con muchos precedentes que iluminan el acierto de esta decisión . Estos precedentes no se dan solo en el seno del cristianismo, pues la impronta de Dios y su llamada están presentes en el orden y belleza del universo y , de forma especial, en nuestra alma: En las religiones orientales, el ascetismo de los lamas y santones son un ejemplo de desapego a las pasiones y al materialismo como camino hacia la verdad y la felicidad. Ya Sócrates, hace 2500 años, consagró su vida a encontrar la sabiduría dejando a un lado las cosas materiales con reiteradas protestas de su mujer; su muerte fue un ejemplo de aceptación de la injusticia (fue ajusticiado sin motivo) apoyándose en su verdad interior; cuentan que no perdió la paz en los días y momentos previos a su muerte, dedicándose a consolar a sus llorosos discípulos.  Martín Luther King decía que si supiese que iba a morir mañana, no por ello dejaría de plantar un árbol hoy; una actitud que encaja perfectamente con la postura socrática pero con la plenitud del amor cristiano. Los vikingos entraban en combate con total temeridad e insensatez; creían a pies juntillas que su vida estaba únicamente en manos del designio divino. Los hombres y mujeres consagrados, que entregan su vida al servicio de Dios y los demás, tanto en el cristianismo como , salvando distancias, en otras religiones y momentos históricos, son otros innumerables testimonios de  confianza en Dios y generosidad y entrega. Llama la atención la vida de tantos santos y mártires que han hecho el camino hacia Dios con total confianza y desprendimiento de todo, empezando por su vida.
Existe una carta de Albert Einstein a su hija , que me llega providencialmente, y que no puedo dejar de extractar y reflejar aquí por cuanto supone un testimonio excepcional a favor del mensaje de Jesús que he tratado de recoger, como he podido, en este capítulo: “---Hay una fuerza extremadamente poderosa para la que la ciencia no ha encontrado una explicación. Es una fuerza que incluye y gobierna a todas las otras, y que incluso está detrás de cualquier fenómeno que opera en el universo y que aún no haya sido identificado por nosotros. Esta fuerza universal es EL AMOR. El Amor es luz, dado que ilumina a quién lo da y lo recibe. El Amor es gravedad porque hace que unas personas se sientan atraídas por otras. El Amor es potencia, porque multiplica lo mejor que tenemos , y permite que la humanidad no se extinga en su ciego egoísmo. El Amor revela y desvela. Por amor se vive y se muere. El Amor es Dios, y Dios es Amor. Esta fuerza lo explica todo y da sentido en mayúsculas a la vida. Esta es la variable que hemos olvidado durante demasiado tiempo, tal vez porque el amor nos da miedo, ya que es la única energía del universo que el ser humano no ha aprendido a manejar a su antojo… Tras el fracaso de la humanidad en el uso y control de las otras fuerzas del universo que se han vuelto contra nosotros, es urgente que nos alimentemos de otra clase de energía. Si queremos que nuestra especie sobreviva, si nos proponemos encontrar un sentido a la vida, si queremos salvar el mundo, y cada ser siente que en él habita, el amor es la única y última respuesta. Quizás aún no estemos preparados para fabricar una bomba de amor, un artefacto lo bastante potente para destruir todo el odio, el egoísmo y la avaricia que asolan el planeta. Sin embargo ,cada individuo lleva en su interior un pequeño pero poderoso generador de amor cuya energía espera ser liberada. Cuando aprendamos a dar y recibir esta energía universal, querida Lieserl, comprobaremos que el amor todo lo vence, todo lo trasciende y todo lo puede, porque el amor es la quintaesencia de la vida.
Lamento profundamente no haberte sabido expresar lo que alberga mi corazón, que ha latido silenciosamente por ti toda mi vida.
Tal vez sea demasiado tarde para pedir perdón, pero como el tiempo es relativo, necesito decirte que te quiero y que gracias a ti he llegado a la última respuesta.
Ama a quién te ama, valora a esa persona que está junto a ti, incluso en los momentos en que ni tu mismo te soportas… cuida, escucha, atiende. Y sobre todo ama. Hasta que tus fuerzas se agoten; y si te agotas, descansa y   vuelve a amar. Renueva los sentimientos y no desmayes.. Se feliz y haz feliz. Tu padre Albert Einstein."
La conversión es la elección de un camino, pero luego hay que recorrerlo. La Iglesia, cuerpo místico de Cristo, está para ayudarnos. A todos; porque “Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres porque todos sois uno en Cristo Jesús” (Ga. 3,28). Y no olvidemos algo que ya he dicho con anterioridad con abundantes citas evangélicas, en el corazón de Jesús, de su Iglesia, ocupan un lugar especialísimo los pobres y los pecadores, ¡menos mal!. Jesús no permite que nos desanimemos.