martes, 21 de octubre de 2014

LA LUZ DEL MUNDO (XVI); Libertad, autoritarismo, obediencia

Hablo con cierta aprensión de mi historia personal de fe, temiendo contaminar de subjetivismo mi mensaje. Por eso no quiero perder de vista que no pretendo hablar de mí, sino que con ocasión de mi experiencia, aparezca siquiera sea algún destello de la Luz de Cristo. Así que trato de no separarme de su Palabra y en ella me apoyo.

Retomando mi historia, decía en mi anterior entrega que he pertenecido a las Comunidades Neocatecomunales, los kikos, desde hace unos 20 años y hasta hace 5 meses. La causa de mi deserción comenzó a tomar forma hace 4 años cuando el Arzobispo de Valencia Carlos Osoro promovió el Itinerario Diocesano de Renovación de la fe (IDR), movimiento integrador de todas las sensibilidades y movimientos en torno a la parroquia, iglesia local que nos integra en la Iglesia universal de Jesús. El IDR ha sido, para los que lo hemos seguido, una ayuda inmensa para centrar y clarificar las verdades esenciales de nuestra fe; para conocer mejor al Padre, al Hijo y al Espiritu Santo; conocimiento que se concreta y materializa en la Iglesia.

Mi experiencia como Kiko me ha facilitado mucho la asimilación del contenido del IDR; diría más, sin esa experiencia no habría iniciado ese Itinerario. Por eso me sorprendió mucho que ninguno de mis hermanos de comunidad, personas con mis mismas inquietudes, acudiese a esta llamada del Arzobispo, por otra parte muy cómoda de seguir, pues se ha venido desarrollando en unas 4 reuniones al trimestre. A partir de ahí empecé a reflexionar mas seriamente sobre ciertas prácticas que seguíamos los kikos que nunca me gustaron, aunque las había dado de lado durante años en aras de seguir beneficiándome del mensaje de Jesús que estaba recibiendo.

De la mano del IDR he ido ahondando en mi condición de hijo de Dios; una condición anclada en la libertad y la caridad; una condición indisolublemente unida a Cristo y por tanto a su Iglesia,  única comunidad que descansa en el amor de Jesús que opera a través de su Espíritu Santo y que hermana a todos sus discípulos sin distinciones, preferencias, apartados o camarillas. Pablo habla muy claro de esta unidad que es nota esencial de la Iglesia :  “Solo hay un cuerpo y un espíritu… solo un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos…” (Efesios, 4,4 y sig.). Por eso Pablo censura en otra epistola las envidias y discordias entre los que se creen hijos de  mejor padre, “cuando uno dice, yo soy de Pablo y otro, yo de Apolo” (1ª  de Corintios, 3,4); porque, como él mismo dice, “No hay ya judío o griego, no hay siervo o libre, no hay  varón o hembra, porque todos sois UNO EN CRISTO JESÚS” (Gálatas, 3, 28).

Como la unidad de la Iglesia es algo sustancial, no son admisibles prácticas que de una u otra forma impliquen un separatismo injustificado ni una actitud pasiva o indiferente del grupo hacia el resto de la comunidad parroquial o diocesana. Por eso nunca me gustó acudir a concentraciones católicas bajo grandes pancartas que nos identificaban como kikos frente al resto de hermanos congregados. Nunca me han gustado actos que hacíamos en la parroquia en los que por el insuficiente o nulo anuncio, o por las horas intempestivas de celebrarse, o por la liturgia excesivamente larga y peculiar, apenas contaban con participación del resto de la parroquia.

Hay dos prácticas separatistas que especialmente me repateaban:  

1º) La frecuente pregunta que se nos hacía en las convivencias de cómo habíamos conocido al Señor y que impepinablemente era respondida, “a través de la comunidad”. Por verdad que esto sea, lo cierto es que esto ha contribuido, entre otras cosas, a crear un sentimiento bastante extendido, corregido insuficientemente, de que fuera de la comunidad no existe vida, no existen otros caminos; casi podíamos decir que para muchos fuera del ámbito de la comunidad las cosas no se hacen bien y la fe solo se puede recibir a través de sus catequesis en el seno de la comunidad.  Resulta evidente que, por buena que sea la doctrina del camino, y doy fe de ello, nada hay que excluya a otros movimientos de la Iglesia. Que yo sepa, nadie ha dado a los kikos patente de exclusiva. Pero lo cierto es que muchos piensan que fuera de la comunidad les va a faltar el aire y, naturalmente, se encierran, cuando la reacción consecuente de un cristiano debiera ser la contraria, es decir, abrirse, compartir sin miedo a contaminarse. Lo ha dicho el Papa Francisco : En mayo del 2013, con  ocasión de un multitudinario encuentro en la plaza de S. Pedro con los movimientos y las nuevas realidades de la Iglesia, el Papa pidió a todos que no se cierren en sus comunidades, que estén abiertos a todos los demás cristianos, a todos los hombres, “Esto es un peligro, nos encerramos en la parroquia, con los amigos, en el movimiento, con aquellos con los que pensamos las mismas cosas…¿sabéis que ocurre?, cuando la Iglesia está cerrada, se enferma”(Paraula 26 de mayo del 2013). Luego, a principios del 2014, con ocasión de la reunión que tuvieron con el Papa, Kiko Arguello y un montón de familias del Camino que se iban en misión a otros países, Francisco les dijo: “la comunión es esencial. A veces es mejor renunciar a vivir todos los detalles que el itinerario exigiría, con tal de garantizar la unidad entre los hermanos que forman la única comunidad eclesial, de la cual es necesario siempre sentirse parte.”

2ª) Una importante desviación, a mi juicio, consiste en la sistemática celebración de la eucaristía en el ámbito cerrado de la comunidad y no en ámbito abierto de la parroquia. Es como  si en una familia, a la hora de comer, unos cuantos miembros se sentasen en una mesa aparte; no tendría sentido. Han convertido el banquete de la unidad y el amor abierto, no excluyente, en una celebración propia, inherente a la comunidad, con una liturgia propia, un horario propio y , lógicamente unos asistentes propios que se visten de gala para este acontecimiento y que no lo hacen cuando asisten a misas normales. Es frecuente oir “ a mí la misa fuera de la comunidad no me dice nada”. Han degradado el sacramento de la unidad a la categoría de celebración particular. En la pag. 279 del tomo IV del Breviario podemos leer: “Procurad, pues, participar de la única Eucaristía, porque una sola es la carne de nuestro Señor Jesucristo y uno solo el cáliz que nos une a su sangre; uno solo el altar y uno solo el obispo con el presbítero y los diaconos...

Pese a todo lo anterior, no me planteaba mi salida del movimiento porque  pensaba que “doctores tiene la Iglesia” y que en algún momento cambiarán las cosas; lo sigo pensando. Pero lo que no he podido asumir es la falta de delicadeza y el autoritarismo de la mayoría de los catequistas que se consideran infalibles; ni dialogan ni dan explicaciones. Exigen una obediencia ciega al estilo de Abraham cuando Dios le pidió que sacrificara a su hijo, según me dijo un sacerdote del Camino que trataba de justificar tal postura; también me dijo algo que ya había oído antes, “el que obedece nunca se equivoca”.  Resulta absurdo que se equiparen a Dios y a nosotros a Abraham, porque “solo Dios es bueno”, dice la Escritura, lo que equivale a decir que solo Dios es sabio y los demás podemos equivocarnos; además es incierto que la obediencia sea sinónimo de acierto y corrección; esa era la justificación que pretendían tener los SS NAZIS cuando asesinaban a inocentes a mansalva. No se pueden desconocer los límites que la obediencia tiene en los derechos humanos y, para los cristianos, la libertad de los hijos de Dios y la conciencia, y en definitiva la caridad, implican unas especiales exigencias : La libertad está en la base del amor, sin ella éste no puede existir. La conciencia está en la base de la libertad; de ahí que Pablo hable de la conciencia personal como referencia obligada para la conducta propia y para el juicio sobre los demás; así leemos, “nada hay de suyo impuro, más para el que juzga que algo es impuro, para éste lo es…La convicción que tu tienes guardala para ti y para Dios. Dichoso el que  a sí mismo no tenga que reprocharse lo que siente. El que discierne, si come, se condena porque ya no procedió según conciencia, y todo lo que no es según conciencia es pecado” (Rm. 14, 4 ; 22 y 23).

En la Iglesia de Jesús,  la obediencia no está reñida con la libertad, porque ésta lo único que exige es que se nos trate como lo que somos, hijos de Dios, hechos a su imagen y semejanza, con capacidad de elegir la verdad. Y la obediencia nace de una autoridad que te ayuda a descubrir la verdad no a imponértela; nace de una autoridad que se ejerce con caridad. Esto no ocurre cuando se te trata como a un niño al que no se le tiene en cuenta del todo y a quién no se le da ningún tipo de explicación. Con frecuencia he oído a los catequistas dar como única explicación, “tú obedece aunque no entiendas lo que se te dice, ya lo entenderás”. El problema no está en que obedezcas a ciegas, aunque no entiendas nada, sino en que no seas libre para discrepar, plantear objeciones y recibir todas las explicaciones habidas y por haber. Y al final ser tú quién decide. Lo contrario es imposición.

La imposición y el autoritarismo contradicen la Palabra: 

1º) Porque parte de una actitud y talante improcedente, según nos dice el único Maestro, “…no os hagáis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos… El más grande entre vosotros sea vuestro servidor” (Mt. 23, 7-9 )    

2º) Porque supone un ejercicio inapropiado de la autoridad, contrario a la caridad y así nos lo enseña Jesús, “…los príncipes de las naciones las subyugan…los grandes imperan sobre ellas. No ha de ser así entre vosotros; al contrario, el que de vosotros quiera ser grande, sea vuestro servidor y el que entre vosotros quiera ser el primero , sea vuestro siervo; así como el HIJO  del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar la vida en redención de muchos”. (Mt. 20, 25 y sigs.). Nada más lejos de la Palabra que la imposición y el “esto son lentejas” y así nos lo confirma S. Pedro en su 1ª epístola (5,2): “Apacentad la grey de Dios…vigilando, no forzados, sino voluntariamente, según Dios;…no por afán de ganancia, sino de corazón; no tiranizando a los que os ha tocado cuidar…” 

Por desgracia la historia de la Iglesia nos ofrece demasiados ejemplos de conductas inapropiadas de autoritarismo y falta de caridad que caen dentro del supuesto contemplado en la Palabra: "Llega la hora en que todo el que os dé muerte pensará prestar un servicio a Dios y esto lo harán porque no conocieron ni al Padre ni a mí”( Jn. 16, 2y3). ¡Cuantas imposiciones y atentados contra la libertad!. No hay que remontarse a la Inquisición;  nosotros mismos, los cristianos de a pie, tratamos muchas veces de imponer a nuestros hijos nuestras convicciones, nuestra fe, como si fueran objetos de nuestra propiedad y no hijos de Dios. Intentamos meterles el mensaje de Jesús, el mensaje del amor y el perdón, sin ningún respeto, tolerancia, paciencia…actuando en clara contradiccíon con lo que decimos. No reconocemos nuestro pecado de orgullo porque está enmascarado tras una verdad que nos avala pero que no sabemos transmitir; porque no la practicamos, estamos faltos de caridad y humildad. Recuerdo que un familiar mío, un Kiko con 30 años de antigüedad, me comentaba muy ufano como la novia de su hijo le había pedido entrar a trabajar en su empresa y como él le había puesto la condición de que primero tenía que asistir a las catequesis del Camino Neocatecumenal.  Formalmente, nada que objetar, estaba en su derecho y su intención era buena. Sin embargo creo que se equivocó al valerse de la situación de necesidad que tenía su “nuera” para forzarla a conocer a Jesús. La chica respondió a la coacción retirando su petición. Lástima que esta joven perdiese una ocasión única de conocer la Verdad, no a través de unas catequesis de unos días, sino a través del contacto diario con alguien, como mi pariente, que pienso le habría aportado una gran ayuda. Lo peor es que seguramente se malograron otras ocasiones futuras como consecuencia de esta mala experiencia de ataque a su libertad. También me viene a la memoria las veces que se ha recomendado “encarecidamente” a los miembros de la comunidad que sus novios/as  hiciesen las catequesis. En un caso que conozco, estas exigencias dieron lugar al abandono de la comunidad por parte de una chica con cerca de 10 años de pertenencia al movimiento.

La falta de libertad que yo he experimentado en el Camino Neocatecomunal, ha sido la gota de agua que ha colmado el vaso y determinado mi salida. Cuando, en fechas no muy lejanas, fui destinatario de una medida objetivamente arbitraria, a juicio  de muchos, sin que los catequistas se dignaran explicarla o justificarla; cuando manifesté mi protesta por esto junto con otras criticas a su forma de actuar; cuando ví el silencio de mis hermanos acompañado de su consejo de callarme; cuando ví las “consecuencias” de haber hablado que no se habrían producido si hubiese permanecido callado; cuando ví que la obediencia y humildad que se me exigía primaba sobre mi condición de hijo de Dios, obligado a  denunciar lo que, creo, no se está haciendo bien, entonces mi sensación de pertenecer al rebaño de los catequistas, y no al de Jesús, me hizo imposible la continuidad en el movimiento. Me sentía muy incómodo en un movimiento dirigido por unos catequistas que se comportan como jefes y no como hermanos, dando la sensación de que la comunidad es algo de su propiedad; unos catequistas que adoptan una actitud distante y que ejercen su autoridad basándose en su ley, la de la obediencia, ignorando que sin libertad no existe la auténtica obediencia ni actúan con caridad sino respetan la libertad; unos catequistas que no dialogan ni entienden que uno pueda manifestar sus ideas como ejercicio de la libertad, tachando a tal ejercicio legítimo y hasta obligado, de  juicio condenatorio que te sitúa fuera de la comunión que debe existir entre los miembros de la comunidad. Han olvidado el pasaje que se recoge en Gálatas 2, 11 y sigs., en el que Pablo llama en público la atención al mismo Papa, S. Pedro: “Pero cuando Cefas fue a Antioquía, en su misma cara le resistí, porque se había hecho reprensible…cuando vi que no caminaban rectamente según la verdad del Evangelio, dije a Cefas delante de todos: Si tu siendo judío, vives como gentil y no como judío,¿por qué obligas a los gentiles a judaizar?”.

Está mal maltratar a una persona, pero si esa persona tiene ataduras que le impiden defenderse, ese maltrato es peor y mas reprochable. De forma similar, el autoritarismo , de suyo malo e incongruente con una conducta caritativa, resulta reprobable en grado sumo si se ejerce sobre personas que no conciben la vida de fe fuera de la comunidad, que piensan que no hay otras formas de satisfacer su imperiosa necesidad de estar cogidos a Cristo para afrontar la vida, que identifican  al todo, La Iglesia, con la parte, el Camino. En estas condiciones el autoritarismo, el uso viciado de la autoridad, adquiere una nueva categoría de abuso contra la libertad y la caridad. Parece que el Papa Francisco está al corriente de todo. En la reunión que a principio de año tuvo con el fundador de Comunidades y las familias en misión dijo. “La libertad de cada uno, no tiene que ser forzada y se debe respetar también la eventual elección de quién decidiera buscar, afuera de Camino, otras formas de vida cristiana que le ayuden a crecer en la respuesta a la llamada del Señor”.  El Camino, que tantos y buenos frutos está dando a la Iglesia, tiene que dejar de mirarse el ombligo y ahondar en una mayor apertura a la Iglesia( no meramente formal), creciendo en humildad y respeto a la libertad.  Entonces dejarán de ser tachados de secta.

viernes, 29 de agosto de 2014

LA LUZ DEL MUNDO (XV); Posturas contrarias a la Verdad y la libertad

Nuestro Creador tiene las respuestas que cualquier hombre, aunque no sea especialmente docto como yo, busca y puede encontrar. Aquí intento recorrer el camino que lleva a nuestra Verdad y destino; y desde la poca o mucha luz que el Espíritu de Dios me dé, quiero contemplar, con objetividad, situaciones más o menos oscuras o confusas.

Parto de la base de que nuestra esencia está en el amor, nuestro origen y destino; después de examinar esa verdad, base de nuestra dignidad y libertad, he reflexionado sobre el sufrimiento como parte de esa verdad que nos libera, como parte del amor de Dios; he intentado ver el dolor como instrumento del que Dios se ha servido para nuestro bien y el de nuestros semejantes. Me adentro ahora en el campo de cómo esa Verdad nos llega desdibujada, cuando no distorsionada, por obra y gracia de algunos mensajeros que, al intentar meter baza, meten la pata. No lo podemos remediar; no podemos contentarnos con ser meros instrumentos de Dios y nos ponemos a interpretar papeles que no nos corresponden. Así, surgen profetas que ponen el acento en cosas accesorias, ocultando ,siquiera en parte,  la verdad  por la cual el mundo existe y se mueve,  el Amor de Dios. Otras veces adoptan posturas poco acordes con la caridad y con la dignidad de los hijos de Dios y caen en la descalificación o condena de opciones perfectamente válidas según una recta y lícita conciencia que actúa en el marco de la verdad evangélica y de la Iglesia, depositaria de esa verdad.

Creo que no tengo mejor forma de exponer lo antes apuntado, que la de hacer un sucinto repaso a mi experiencia personal . A lo largo de mi vida he recibido grandes ayudas para ir avanzando en mi fe, pero también me he topado con actitudes y doctrinas que en mi opinión,, y no soy nadie, no son acordes con la doctrina de Jesús. A todo ello me referiré, a lo bueno y a lo malo; también lo negativo da mayor nitidez al mensaje verdadero:

Entre los 10 y los 15 años estuve en un internado de Jesuitas. El asiduo contacto con el Evangelio, las prácticas piadosas y las pláticas que nos daban hicieron que calara en mí una fe básica que tenía como ingredientes, la convicción de que existía un Creador Todopoderoso, que existía un camino recto hacia el bien y uno torcido hacia el mal, que ese Creador era el refugio que me amparaba en mi soledad y mis necesidades ; también recuerdo la experiencia de que me castigaba cuando pecaba. Aquella fe era algo elemental, propia de del Antiguo Testamento, de la Antigua Alianza. Si me portaba bien, si no pecaba, el Señor socorrería mis necesidades; mi vida de fe se basaba en el cumplimiento de la ley. Con ello mi fe tenía un cierto cariz egoísta; me servía de Dios. Y no es que la fe no comprenda esa faceta de Dios, como nuestro refugio y socorro; es que la fe es mucho más, y la ayuda que recibimos de Dios no la recibimos por cumplir la ley sino porque Dios nos ama aunque seamos pecadores, según Jesús nos dice en cantidad de pasajes evangélicos ( parábolas del hijo pródigo, oveja perdida,; cuando habla de que no ha venido a llamar a los justos sino a los pecadores, a curar a los enfermos y no a los sanos; cuando perdona al Buen Ladrón, a María Magdalena, a los que le crucifican…). Aquella fe incompleta y equivocada en cierta medida, me sirvió en aquella etapa de mi vida. Yo no supe llegar más lejos. Posiblemente habría podido progresar más en la fe si aquellos curas hubiesen hablado menos del pecado y del infierno y más del amor de Dios hacia el hombre; posiblemente… no lo sé.

Cuando al salir del internado me vi al amparo de mi familia y en mi casa, con mis cosas, Dios me fue menos necesario y mi trato con El perdió intensidad.  Andando el tiempo, mi fe se convirtió en una práctica rutinaria que mantenía por inercia y por la convicción de que Dios existía, castigaba a los malos y premiaba a los buenos. Pero aquella fe, a la que tanto le faltaba, no pudo llenar el gran vacio y la angustia que yo experimenté al pasar unos años. Resultado de aquella situación fue una depresión y una búsqueda obsesiva de una verdad que diera respuesta a mi vacio y soledad, que tanto me angustiaban.

Tras una larga temporada de insomnio, viviendo un sin vivir, que nada valoraba pese a tenerlo todo, tuve la suerte de encontrar algo de paz en una colegio mayor del Opus Dei. Allí reencontré el camino de la fe, lo que hizo nacer en mí la esperanza. Lo primero  que me dijo un cura de allí, fue que a Jesús había que conocerlo a través de su Palabra, principalmente contenida en el Evangelio. También me dijo que la fe era un regalo que había que esperar pacientemente, sin desfallecer; y así empecé a caminar de nuevo de la mano de La Obra. En los dos años que estuve en aquel colegio me enseñaron muchas otras cosas buenas: a buscar a Dios a través del trabajo, a no descuidar las prácticas piadosas ( misa, oración), a vivir en un santo abandono a la voluntad de Dios, a vivir en la presencia de Dios, a cuidar la vista y evitar las situaciones de pecado… En definitiva, me dieron una serie de buenas pautas para vivir en cristiano partiendo de una fe que se daba por supuesto, no se discutía. Así me vi envuelto en una forma de vivir la fe, siguiendo un método construido a base de normas piadosas que hacían sentirme bueno por el mero hecho de seguirlas. En el fondo era un fariseo porque, pese a la mucha misa y oración, en mi corazón no había amor y mi orgullo seguía intacto. En aquella época, hablo de hace más de 35 años, el Opus vivía un ensimismamiento (ojalá hayan cambiado) fruto de considerarse los “puros”. Esto les llevaba a criticar otras posturas y actitudes de otros cristianos con muy poca caridad. El cumplimiento de las normas de piedad era objeto de una contabilidad diaria asentada en la agenda que cada miembro de La Obra llevaba. Son muy elocuentes dos recuerdos que conservo: Uno, que era frecuente oir, referido a los curas que no llevaban sotana, que “iban vestidos de lagarterana”; dos, no podíamos entrar en el comedor con los brazos al aire para no suscitar malos pensamientos en las chicas que nos servían la mesa y, a veces, nos poníamos un jersey aunque fuera finales de Junio y el calor apretara. Al final, lo que aprendí fue a no abandonarme en la práctica de mi poca fe y a vivir un poco más de cara al Señor; pero en el fondo mi fe no había superado esa fe farisea basada en el cumplimiento y no en la conversión del corazón, en la humildad y el amor. Tampoco esta santa institución supo vencer mi necedad; pienso que no toda la culpa fue mía a la vista de lo que observé. Otra pauta,  que recuerdo se nos decía con insistencia, era la de que “había que poner los medios”, es decir, había que esforzarse en conseguir un objetivo. El poso que dejaron en mí todas aquellas máximas fue el que , en todo éxito había una dosis importante de mérito personal, incluso en lo de ganarse el cielo. Pues bien, ni la máxima anterior, ni otras pautas que regían nuestra vida, estaban equivocadas. La doctrina del Opus creo que era totalmente ortodoxa. En lo que creo que fallaban era en el acento que ponían en según qué cosas, en resaltar demasiado las formas, en convertir la vida de fe en una contabilidad sometida, además, a la censura de un tutor,  con el que te veías periódicamente,  y  que, algunas  veces, se  adentraba en tu conciencia dictándote la forma de actuar. Aquello resultaba agobiante para algunos ya que, en el fondo, se rebasaba el sagrado límite de la libertad y dignidad de los hijos de Dios. Las críticas que en ocasiones se planteaban, eran tomadas como actitudes desestabilizadoras que “creaban mal ambiente”. En fín, no lograron imbuirme una fe más profunda construida desde el amor de Dios y hacia Dios; desde la libertad y conciencia personal. Por eso, pese a lo impecable de su doctrina, no me extraña que algunos hayan etiquetado a la Obra de secta. El buen vino puede causar también embriaguez.

Aquella religión, practicada al estilo de los judíos fariseos, me mantuvo en pie durante muchos años en medio de mis luchas y fracasos; fue la base sobre la que fui acumulando experiencias de la intervención de Dios en mi vida, que no es poca cosa. Pero llegó un momento, cuando con 45 años me quedé sin trabajo, que aquello me resultó insuficiente.  Por suerte sabía donde buscar; sabía que había que ahondar en el conocimiento de Jesús, el Dios encarnado para transmitirnos una Verdad para nosotros inconcebible en su plenitud por extraordinaria y maravillosa. En esta situación el Señor  hizo que diera con unas catequesis de las Comunidades Neocatecumenales, los kikos, y así, como sin querer, me hice de un movimiento al que antes había criticado, tachándolo de folklórico, raro y exagerado. He pertenecido a esta institución durante 20 años y a ella debo una gran parte de mi bagaje espiritual, un patrimonio que me ha mantenido a flote durante todos estos años pese a muchas vicisitudes , contratiempos y penalidades.

Lo primero que los Kikos me desmontaron fue el enfoque de mi fe: Dios nos amaba tal como éramos, pecadores, y nuestro esfuerzo no debía estar dirigido tanto a seguir unas pautas piadosas, como a conocer el gran amor que Dios nos tiene a través de un constante escrutinio en grupo de las Escrituras y una reflexión profunda sobre la actuación de Dios en mi vida. Ellos me descubrieron el Antiguo Testamento, la misericordia que Dios tuvo con el pueblo de Israel, pese a sus constantes traiciones y deslealtades, estableciendo un paralelismo con nuestras vidas. Había que hallar a Dios en medio de nuestra historia personal: Todo estaba bien hecho;  “…Sabemos que Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman…” (Rm.  8, 28).

Me enseñaron que Jesús lo que quiere es la conversión del corazón- “un corazón contrito y humillado tú, Señor, no lo desprecias”.-  Para ello había que destruir, primero de todo, al hombre viejo aferrado a unos vicios y enfoques egocéntricos de la fe, había que eliminar unas ataduras y caretas que adoptamos en función del culto que rendimos a unos ídolos acaparadores e insaciables que más que paz nos traen agobios y desasosiego: Riqueza, prestigio, apariencia, afectos , poder, placeres…   En el Opus existe un riesgo: Tratando de santificarnos a través del trabajo, se puede errar el tiro y crear un pseudo ídolo con el trabajo en el momento en que busquemos nuestro propio prestigio. En los kikos el riesgo consiste en que muchos , tratando de despojarse del hombre viejo, van demasiado lejos y terminan renunciando en alguna medida a su condición de hombres, seres libres y con conciencia y responsabilidad personal, podados en su dignidad por una sumisión y obediencia a los catequistas total, si bien ejercida por éstos en forma suave pero contundente; no se te ocurra contestar, opinar  y, mucho menos,  criticar sobre cuestiones opinables,; tendrías dificultades. La autoridad indiscutible del catequista y sus manifestaciones, no se discuten.

En el camino de conversión y nacimiento de un hombre nuevo, me enseñaron que nuestra actitud frente a Dios debe ser esencialmente de alabanza. Para ello hay que vaciarnos de nosotros mismos, reconocer nuestra poquedad, que todo lo que somos y tenemos nos viene de Dios, que vivimos en una precariedad y provisionalidad que Dios maneja en función de conseguir su objetivo último, llevarnos con Él. Una vez que se asume lo anterior con plena convicción, fundada en la propia experiencia personal, no cuesta tanto desprenderse, dar limosna, dar tu tiempo; tampoco es tan difícil aceptar la cruz y las tribulación en la que todos vivimos o viviremos; nadie se escapa.

Para Comunidades es importante el anuncio de la Palabra, por las calles, puerta por puerta, cumpliendo así el mandato evangélico y humanamente lógico: Dar a conocer a la humanidad la inigualable y extraordinaria noticia de que Dios la ama y le tiene preparado un cielo en el que la espera, sin importar los pecados cometidos por ella. Jesús ya pagó por nosotros redimiéndonos de nuestra culpa. A nosotros nos toca adherirnos o no  a Cristo. Es grande el beneficio espiritual que se obtiene cuando se sale a predicar porque antes hay que esforzarse en creérselo uno; esto por un lado, pero además, la experiencia de lo que el Espíritu Santo habla por tu boca es incomparable. Pese a todo, he abandonado a los Kikos, me faltaba libertad y me sobraban contradicciones. De todo ello y de cómo se desarrolló el proceso de mi salida, hablaré en mi próxima entrega, si Dios lo permite. “Porque solo Dios es bueno”, dice la Escritura, de lo que se infiere por analogía que solo Dios es sabio y todos nosotros estamos expuestos al error; también los catequistas. Por eso, la Sagrada Escritura nos dice en muchos pasajes que no debemos juzgar. Yo me he sentido juzgado y condenado por opinar, por intentar ejercer el sagrado deber de ser libre, venciendo la inercia y la comodidad del silencio.

miércoles, 25 de junio de 2014

LA LUZ DEL MUNDO (XIV); La cruz, esperanza y libertad

Quisiera concluir estos comentarios que vengo haciendo sobre el dolor y la cruz, aunque pienso que nunca se meditará bastante sobre este misterio. Solo pretendo, antes de dejar el tema, perfilar algo de lo ya dicho anteriormente y extraer unas consecuencias esenciales. ¿Por qué la cruz es el signo distintivo del cristiano; por qué la adoramos?

Ante todo, la cruz fue el instrumento del que se valió nuestro Padre del cielo para probarnos su amor, sacrificando en ella a su propio Hijo de forma tan horrorosa. Con ella, Jesús nos reconcilió con el Padre, reparando nuestra deslealtad; Él eliminó nuestras culpas y nos abrió las puertas del cielo; no hay mérito alguno en nosotros, todo es un regalo. Otra cosa es que nosotros queramos o no aceptarlo, traspasar la puerta siguiendo a Jesús, que es la plenitud de revelación de nuestro Creador, la “imagen visible del Dios invisible”, que nos explica todo acerca de nosotros mismos, lo que somos y a dónde vamos.

Por eso la cruz no es solo la llave que ha abierto la puerta del cielo, es también el camino que nos lleva a ese cielo siguiendo a Jesús, (“Yo soy el camino, la verdad y la vida…Nadie va al Padre sino por mí”). Él nos dice el modo de hacer ese camino en la cita evangélica que viene siendo hilo conductor de todo mi comentario desde la primera entrega: “Él que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y sígame”. Dios no necesita nada de nosotros, solo quiere que nos sometamos libremente a su voluntad, como camino de alcanzar la libertad y la felicidad. Así nos dice el salmo 50: “Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tu no lo desprecias.” Por eso el ofrecimiento que le hagamos de nuestro sufrimiento, constituye el mejor sacrificio de nosotros mismos que podemos hacer en prueba de nuestra sumisión y acatamiento a su voluntad. Ello supone, también, una prueba de nuestro amor a semejanza del amor que nos demostró Jesús , aceptando su cruz para remisión de nuestros pecados. Cuando cogemos nuestra cruz de cada día con la mirada puesta en Jesús, no hacemos otra cosa que seguir el camino que Jesús nos señala para, asemejándonos a Él, poder llegar a nuestro destino final como parte de esos a los que “predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo” y por ello los “justificó y …glorificó” (Rm. 8, 29 y 30).

Pero la cruz no es solo llave de la vida eterna y el camino que lleva a ella; es también fuente de vida en nuestra vida cotidiana. Al sabernos unidos al Todopoderoso a través del ofrecimiento de nuestra cruz, no solo damos sentido a nuestros padecimientos de cara a nuestra salvación, sino que también recibimos una fuerza y un descanso, que nos es puramente sicológico, pues nos consta que el Espíritu Santo concede una fuerza de superación que muchos hemos experimentado en nuestra vida: Muchas veces nos hemos preguntado de donde sacábamos energías para afrontar ciertas situaciones difíciles; en otras ocasiones ese mismo Espíritu nos ha iluminado cuestiones complicadas que se nos presentaban irresolubles. Y es que Él, no desatiende a los que confían, aceptando su voluntad. Por eso ya decía Isaías, “Señor, tú nos darás la paz, porque todas nuestras empresas nos las realizas tú” (Is. 26, 12). Porque “Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros?...¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo? ¿ la tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?...En todas estas cosas vencemos por aquél que nos amó”, nos dice Pablo en Romanos 8, 31-37. Ese mismo Pablo, modelo de seguidor de Jesús, renuncia a sí mismo diciéndonos, “Estoy crucificado con Cristo; yo vivo, pero no soy yo, es Cristo quién vive en mí”(Gal.2,20); y en consecuencia se siente fuerte pese a su debilidad: “Muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. Por eso vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2Cor.12, 9-10). Pablo cambia totalmente el enfoque de su vida después de conocer a Jesús y todo aquello que Él, antes, consideraba importante, ganancia, ahora lo considera pérdida: “Pero lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quién perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo…”(Fp.3, 7 y8). Pablo descubre la Verdad, el amor de Dios, y renuncia a sí mismo, se une a Jesús y se siente fuerte y libre de las ataduras que tenía antes de conocer a Cristo, el Enviado, que tanto anunciaban las Escrituras que tan bien Él conocía, como fariseo practicante que era.

Claro está que nosotros no somos Pablo; pero eso no quita que sepamos valorar, intuyamos, lo acertado de su enfoque, la verdad de su itinerario. Nos falta su fuerza y su libertad, pero no del todo; porque, se nos ha dicho, que en el camino de seguimiento a Jesús que emprendemos, la encontraremos. Sabemos que al acercarnos a Jesús, al olvidarnos de nosotros mismos, penetramos en la verdad que nos libera de nuestras inclinaciones al mundo, del anzuelo en el que habíamos caído tras el cebo de los placeres, el prestigio, el poder, la diversión…; falsos ídolos que no dan paz sino insatisfacción, agobios, angustias…; sobre todo no nos dan respuesta válida a nuestro ser y nuestro destino. Por eso Jesús nos urge a que nos decidamos a elegirle a El, que es la verdad, frente a la mentira de los ídolos, representados en el dinero:” Nadie puede estar al servicio de dos amos…no podéis servir a Dios y al dinero…No andéis agobiados pensando qué vais a comer…Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura.”(Mt. 6,24-34). Pero nos falta fe; parece que nos cuesta reconocer algo elemental y evidente, que “El Señor da la muerte y la vida, hunde en el abismo y levanta; da la pobreza y la riqueza, humilla y enaltece”(1ºSam. 2,6 y 7); o como dice el Salmo 126, “ Si el Señor no construye la casa, en vano se afanan los constructores; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigila la guardia”. A fín de cuentas, todo lo que somos y tenemos de Dios nos viene y a Él se lo debemos, ya nos guste o nos disguste. Es ahí, en la tribulación, donde tenemos la ocasión mejor de pronunciarnos por El y alcanzar la libertad de los hijos de Dios; “recordad cómo fue probado nuestro padre Abrahán y, purificado por muchas tribulaciones, llegó a ser amigo de Dios”.(Jdt. 8, 25 yss.). Cuando hemos dado un nuevo enfoque a nuestra vida, desde la convicción de quienes somos y de donde nos viene la fuerza y la vida, podemos enfrentarnos a nuestras frustraciones y fracasos y encarar la vida con esperanza sin dejarnos ahogar por las difíciles situaciones que soportamos; ya no somos esclavos de nuestros proyectos y ambiciones, de nuestros apegos y afectos.

Sirviéndonos de la cruz nos liberarnos de nosotros mismos y entramos a disfrutar de la libertad de los hijos de Dios. Y una consecuencia inmediata es que podemos darnos a los demás, convertirnos en instrumentos a través de los cuales el amor de Dios llega a nuestro prójimo. Nuestro sufrimiento no solo puede acercarnos a Dios, si se lo ofrecemos, sino que, también acerca a nuestros semejantes a Dios. En la medida que nuestra renuncia sea sincera y profunda, podremos amar incluso a nuestros enemigos y perdonar los agravios recibidos. Eso es lo que hizo nuestro modelo, Jesús, poco antes de morir en la cruz, cuando dijo . “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”(Lc. 23,34).

Todo el itinerario descrito anteriormente de encuentro con Dios y con el prójimo, nos suena, de entrada, a música celestial, a utopía, a algo alejado de la realidad. Nada mas inexacto. Es un camino que no se hace en un día y, por otro lado, tampoco se hace solo, se cuenta con la fuerza del Espíritu Santo; una fuerza que no solo se recibe con el ofrecimiento de nuestra vida, dichas y desdichas, sino también a través de los sacramentos, de forma muy especial, a través de la Eucaristía, que es el sacramento de la comunión con Dios y con el prójimo y, por lo mismo, el sacramento del amor y la paz. Pero todo tiene un origen. Para emprender el camino del encuentro, debemos sentir, antes que nada, la insatisfacción de las respuestas que nos da el mundo; buscar las huellas de Dios en nuestro interior e ir conociendo a nuestro Padre de la mano de su Palabra, La Biblia. Poco a poco iremos descubriendo la presencia de ese Padre en la historia de nuestra vida, una actuación que no siempre es fácil de descubrir, sobre todo en el caso de niños que han sufrido desde su mas tierna infancia maltrato y vejaciones de todo tipo. Solo la luz del Espíritu Santo puede iluminarnos ciertas historias personales y, yo soy testigo, lo hace cuando se le pide. Por otro lado, tampoco podemos tener una idea equivocada de la fe: Esa convicción que ordena nuestra vida y conducta, se mueve en un terreno de dudas e inseguridades pues a Dios solo le vemos con los ojos del alma y ese aspecto nuestro, espiritual y esencial, lo tenemos un poco atrofiado. Eso sí, como ocurre en todo, el ejercicio espiritual nos lleva a una mayor penetración de las cosas del espíritu, de las cosas de Dios. La fe viene a ser la seguridad, dentro de las limitaciones e inseguridades de este mundo.

viernes, 23 de mayo de 2014

LA LUZ DEL MUNDO (XIII); Dolor, muerte, amor, libertad

Continúo con el asunto del escrito anterior intentando dar una respuesta, a la luz de la Palabra, a concretas situaciones de sufrimiento. Vemos a nuestro alrededor, o sufrimos en nuestras carnes, el dolor y la angustia. No hace falta recordar las atrocidades de Hitler y Stalin u otras matanzas y guerras. Nuestro entorno y nuestra vida nos ofrecen un amplio repertorio de penas: Madres apesadumbradas por el poco o ningún caso que les hacen unos hijos a quienes han consagrado sus vidas; ancianos y viudas que arrastran una vida de soledad y desamparo; niños abandonados por los padres y , en otros casos, víctimas de la perversión de los mayores; padres de familia y jóvenes que, tras largos años de experiencia o aprendizaje, llevan mucho tiempo esperando un trabajo que no llega o llega en condiciones de explotación; hombres y mujeres maltratados por sus parejas o cónyuges; matrimonios desechos, origen de un sinfín de desdichas; jóvenes atrapados en el cepo de la droga o el vicio...¡Cuánta tristeza e injusticia bajo el sol!. En todas estas situaciones existe una causa clara: El egoísmo, la falta de caridad, la ausencia de Dios. Excluir a Dios del hombre es el mayor atentado que éste pueda realizar contra sí mismo. Cuando el hombre prescinde de Dios puede llegar a convertirse en artífice de máquinas de sufrimiento y muerte en serie, tal como ocurrió con los campos de exterminio nazis y comunistas. Y a ello se llega casi con “naturalidad”; con la misma naturalidad con que hablan antiguos SS de sus ejecuciones y torturas en la Alemania del III Reich. Primo Levi, excautivo de Auschwitz, se pasó toda la vida buscando una explicación y un arrepentimiento al tormento vivido en aquel campo infernal, al millón doscientas mil muertes que se “fabricaron” en aquellas cámaras de gas. Quizás no supo encontrar algo tan sencillo como la causa antes mencionada; no encontró a Jesús, el amor y el perdón, y le faltaron fuerzas para seguir perteneciendo al género humano que tanto le defraudó.

Existen otras muchas calamidades en las que puede verse la mano directa de Dios. Solo Dios está detrás de las enfermedades y taras congénitas, en la mayoría de los casos; de las catástrofes naturales y accidentes…En cualquier caso, sea cual sea su origen, el sufrimiento es inherente a la vida misma, plagada de limitaciones y carencias. Cuando no nos falta el dinero, es la salud o el afecto o el trabajo lo que no tenemos. Aunque tengamos de todo, difícilmente nos escapamos a situaciones de injusticia e inseguridad. Sufrimos por carecer de aquello que necesitamos o por miedo a perderlo. En el mejor de los casos, una cosa es segura, la vida la vamos a perder y no sabemos cuando.

Ante cualquier tribulación, sea del tipo que sea, ante la muerte, solo nuestro Creador puede darnos una respuesta y explicarnos el sentido que tienen. Sus respuestas intenté recogerlas, extensamente, en el escrito anterior (XII) y creo que contemplan cualquier situación. A continuación las sintetizo y las matizo al hilo de otros casos.

La verdad básica, indiscutible y primaria es que estamos hechos para morir. Pero para el creyente la muerte es vida: Es el cambio de una realidad precaria y limitada por una existencia definitiva y plena junto al Padre y Creador; supone alcanzar la meta para la que ha sido creado.( “Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros…a donde yo voy ya sabéis el camino…Yo soy el camino y la verdad y la vida”, Jn. 14, 1 y ss. ). Este destino da sentido a nuestra vida en el mundo y a nuestro sufrimiento. Cuando Jesús nos dice que “el que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y tome su cruz” (Mt.16, 24), nos está invitando a despojarnos de falsas ilusiones y caminos equivocados, y acogernos a El, que es la única verdad que nos dará la fuerza y la vida, el amor. El camino de la vida terrena puede ser difícil pero, unidos a Jesús a través de nuestra cruz, recibiremos el Amor del Padre y Hermano que nos permitirá superarlo y alcanzar el premio final. Solo el amor a Dios, y al prójimo, puede vencer al dolor y a la muerte. Así lo entendió Abraham cuando se sometió a la voluntad del Creador y estuvo dispuesto a sacrificar a su único hijo, Isaac; así lo han entendido los santos y los mártires que han entregado su vida para ganar la definitiva, “Pues el que quiera salvar su vida la perderá; y el que pierda su vida por mí la hallará”(Jn. 16, 25).

Aceptar el sufrimiento por amor a Dios es un acto de entrega y adhesión al Creador, una especie de sacrificio de nosotros mismos. Desde antiguo el ser humano ha practicado sacrificios a los dioses, incluso sacrificios humanos, como una forma de expresar su sometimiento e implorar su gracia. Cuando Jesús nos pide que le sigamos, cargando con nuestra cruz, no hace sino pedirnos que nos ofrezcamos nosotros mismos, nuestra tribulación, como expresión de nuestra adhesión a Él, soporte y sentido de nuestra vida. Así nos dijo Dios por boca de Isaías (66,2 ), “En ese pondré mis ojos: En el humilde y el abatido que se estremece ante mis palabras”; y, a través de David (Salmo 50,19), “un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias.” Viktor Frankl relata en su libro “El hombre en busca de sentido” como una joven judía, compañera cautiva en Auschwitz, daba sentido a los padecimientos que sufría; veía en su dolor una forma de expiación por la vida frívola y egoísta que había llevado en el pasado, y esperaba su final en paz. Copio de su libro : “Esta joven conocía su muerte cercana, cuestión de días. Con todo se encontraba serena y algo animada. Conversé con ella: << Me alegro de que el destino se haya cebado en mí con tanta dureza. En mi vida anterior fui una niña consentida y no cumplía con mis deberes espirituales>>. Señaló la ventana del barracón y me dijo: << aquel árbol es el único amigo que me queda en esta soledad…a menudo le hablo a ese árbol>>… le pregunté si el árbol le contestaba: <<¡ Sí ¡ >> y <<¿Qué le dice?>>. Respondió: << Me dice, estoy aquí, estoy aquí, yo soy la vida, la vida eterna>>. “ La vida eterna no tenemos que comprarla, es un regalo de nuestro Creador para aquél que, libremente y de corazón, quiera unirse a El y lo pruebe con sus obras. En el fondo, aquella joven sentía que podía ofrecer a aquel Dios , que había tenido olvidado, su dolor como expresión del rechazo a su vida anterior y de su sometimiento a la voluntad divina. Ello daba sentido a su dolor y le daba paz.

El miedo a perder, o el ansia por tener, aquellas cosas en las que basamos nuestra felicidad, nos hace sufrir. El enfoque egoísta y materialista de nuestra vida es fuente de infelicidad constante. Solo cuando comprendemos que todo lo que tenemos (salud, dinero, afectos, vida…) nos viene como regalo del Padre, que en cualquier momento nos puede ser arrebatado, la cosa cambia. Si vivimos como si las cosas que disfrutamos fueran definitivamente nuestras, nos engañamos; pero si vemos la vida como lo que es, un regalo, un periodo pasajero y preparatorio presidido por el Dueño y Señor nuestro, podemos empezar a aceptar la tribulación y la muerte. Esta aceptación será mucho mayor si llegamos a la convicción de que ese Señor es nuestro Padre que nos quiere y nos quiere junto a El y que todo lo hace en función de ese propósito suyo, aunque nosotros no acabemos de entenderlo muchas veces. Para los que no creen, la contemplación de la muerte en su horizonte vital les debe llenar de desolación; ¿qué sentido tiene todo?; ¿para qué hemos nacido y luchado?; es una meta vacía, por mucho que hayamos acumulado y disfrutado. Y qué sentido tiene para ellos el dolor; qué sentido tiene la vida para un tetrapléjico.

El sentido que le demos a nuestra muerte va a iluminar nuestra vida. Me viene a la memoria el libro de Jorge Semprún “La escritura o la vida”. Me llama la atención como un hombre con una vida tan rica en experiencias, honores y amores, tuvo una existencia presidida por el recuerdo de su estancia en el campo nazi de Buchenwald, donde estuvo cautivo, siendo muy joven, y solo por espacio de poco más de un año. Lo curioso es que quiso olvidarse y no hablar de todo aquello que, sin embargo, lo llevaba a cuestas como algo que para él representaba la auténtica vida por él vivida, mientras que la realidad presente la percibía como algo no del todo real. Creo haberle comprendido: Para un comunista convencido que fue, la muerte no es sino el fin de la existencia, no hay más ; y la vida resulta más intensa, cobra más contenido, la paladeamos más, en la medida en que somos conscientes de que se nos puede escapar en cualquier momento.

Y eso fue lo que , sin duda, experimentó Jorge al vivir aquel tiempo atroz, rodeado de muerte y crueldad, en unas circunstancias en las que la esperanza de vida oscilaba entre tres y cuatro meses, salvo que se hiciese trampa al sistema, procurándose alimentos extra, abrigo adicional o “escaqueos” en el duro trabajo; siempre contando con la suerte de no recibir un culatazo o un tiro por cualquier cosa. Vivir al borde de la muerte dio a su vida un relieve que nunca más tendría. Para él y para cualquier materialista la vida es, con mayor o menor contenido, básicamente supervivencia y jamás volvería a palpar, día a día, incluso hora a hora, el sentimiento de seguir vivo. El sufrimiento para Semprún era un esbirro de la muerte que le perseguía y del que se zafaba como podía. La muerte para él era sencillamente el fin que había que intentar aplazar. Él era joven y podía luchar por su vida; pero a su antiguo profesor de París, ya consumido, a quién visitaba periódicamente en espera de su final, no pudo ofrecerle mas consuelo que el recitado de unos bellos poemas. Su generosidad le llevaba junto a su profesor pero no supo ver que en ese amor, que sin duda sentía y sintió a lo largo de su vida por otros, estaba la respuesta y la fuerza que trascendía de esta vida. Ni Primo Levi ni Semprún llegaron a entender la vida porque no comprendieron lo que había detrás de la muerte, no supieron ver a Dios.
La manera más realista de vivir la vida, el dolor y la muerte, es mirar más allá de esa realidad con que nos topamos cada mañana, al abrir los ojos; es vivir pensando en lo que somos y a dónde vamos; por quién y para qué hemos sido creados. Pronto sacamos la consecuencia de que la mejor forma de vivir y morir es seguir la voluntad de nuestro Creador. Y su voluntad es clara: Que sigamos a su Hijo, Jesús, y nos asemejemos a él, negándonos a nosotros mismos y cargando con nuestra cruz. Así encontraremos la Verdad y la libertad que tanto ansiamos y la fuerza que necesitamos, el amor, para seguir caminando en medio de las miserias propias y ajenas. En definitiva, todo se reduce vivir como hijos de Dios que somos.

Desde la perspectiva de las ideas expuestas, la vida cobra un sentido y un contenido que poco se parecen a los ofrecidos por la sociedad actual. Todo lo dicho tiene una inmediata y clara repercusión en los ámbitos, tanto personal como social, de nuestra vida. Pensemos en cómo cambiaría nuestra estima personal, nuestro matrimonio y relaciones familiares, nuestro noviazgo, nuestro trabajo, nuestras amistades, nuestra forma de vivir, si tuviéramos más presente el auténtico sentido de la vida, si conociéramos mejor esa verdad que nos hace libres.

miércoles, 16 de abril de 2014

LA LUZ DEL MUNDO (XII); Sufrimiento, Amor, Libertad (e)

Es frecuente encontrarse con personas que ven en el sufrimiento un escollo, difícil de superar, para creer en un Dios que se define como Amor. En una novela que leí, un personaje afirma no poder creer en un Dios que permitió los campos de exterminio nazis. Qué difícil es para una madre, entender al Dios-Amor que le priva de un hijito suyo queridísimo, que se ha marchado de la mano de una leucemia o un accidente. Un amigo mío se ha pasado media vida preguntándose dónde estaba Dios cuando de pequeño abusaban sexualmente de él. Y qué decir de las catástrofes, guerras y calamidades que dejan muerte y desolación por todas partes. ¿ Cómo casar todo esto con una Verdad, el Dios-Amor, que nos libera?

Me adentro en este espinoso tema con miedo pero con la confianza puesta en aquél que dijo ante Pilatos, “Yo para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la Verdad; todo el que es de la Verdad oye mi voz” (Jn.18,37). En el Evangelio de Jesús y en el Antiguo Testamento que él asume, (“ Yo no he venido para abolir la Ley y los Profetas, sino a darles plenitud”, Mt. 5,17 ), están las respuestas que buscamos. Otra cosa es que esas respuestas nos gusten o no, según el idílico plan de vida que nos hemos trazado. Por otro lado, tenemos que admitir, antes que nada, que el hombre tiene unas limitaciones y que los frutos que Dios quiere sacar, de un determinado sufrimiento, pueden no estar al alcance de nuestra comprensión, (“Cuanto aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los vuestros y mis pensamientos a los vuestros”,Isaías,55,8 ) y a fín de cuentas, como dice Pablo, “¿Quién eres tú ¡oh hombre!, para pedir cuentas a Dios?”,Romanos,9,20. Sin embargo, Dios nos ha dado en Jesús, respuestas suficientes para, por lo menos, enfrentarnos al dolor.

Jesús, como nos ha dicho el Papa Francisco, no nos ha dado una filosofía sino un camino para recorrer la vida tras él y junto a él. Su vida, en una visión resumida de la misma, nos da una panorámica que ilumina este tema, pues El es “el Camino, la Verdad y la Vida”. Veamos: En la vida de Jesús no está ausente el sufrimiento; nace pobre y comienza su vida pública con privaciones, “no tiene donde reclinar la cabeza”, nos dice; siente sed, fatiga, se enfada, sufre de soledad, incomprensión, injusticia, se entristece ante el hijo muerto de la viuda de Naín y llora sincera y extensamente ante la muerte de su amigo Lázaro. Junto al dolor, que como a todo humano le acompaña, El vive “haciendo el bien”, amando, curando todo tipo de dolencias y entregado a la gran misión que el Padre le ha encomendado, anunciarnos cual es nuestro destino y naturaleza, convenciéndonos con prodigios y milagros, y finalmente, demostrarnos su amor en su pasión y cruz. Su camino es un camino de negación a sí mismo y de entrega a los demás hasta la muerte siguiendo, siempre, no su voluntad sino la del Padre. (“Padre si es posible aparta de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”). Porque como él mismo nos dice, “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y acabar su obra” (Jn.4,34). Pues bien, este mismo camino por él recorrido, es que él nos traza para seguirle: “El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga”. Entonces nos embarga la perplejidad; ¿Cómo es que nuestra felicidad pasa por negarnos a nosotros mismos y aceptar el dolor?. Parece un contrasentido y, sin duda, lo es desde la visión equivocada que tenemos de nuestra vida.

La cosa empieza a cobrar sentido si pensamos en que hemos sido creados por un Dios, que es Amor, para gozar junto a El de la vida eterna, no para quedarnos aquí. Nuestro destino es fundirnos con el Amor; por eso hemos sido creados “a su imagen y semejanza” y somos libres para aceptar o no, el amor y destino que nuestro Creador nos ofrece. Toda nuestra vida, el sufrimiento, está enmarcada en este plan de salvación; no es otra cosa que un proceso de perfeccionamiento en nuestra esencia, el amor, negándonos a nosotros mismos y entregándonos a los demás, para poder llegar a nuestra meta, El Amor. Dios, primero de todo, nos ha amado y ha tratado por todos los medios de convencernos de su amor y no cesa de llamarnos con insistencia. Todo lo que nos sucede, el sufrimiento, tiene como finalidad afirmar en nosotros el deseo de ir al cielo, junto al Padre, liberándonos del espejismo que sufrimos, las mentiras de este mundo de las que hablé en la entrega anterior; abrirnos los ojos a la realidad auténtica: que nacemos para morir, es decir, para vivir, pero no en esta vida, sino en otra mejor y distinta por cuanto, como nuestro Creador, somos esencialmente espíritu. A esa vida a la que estamos llamados, llegamos tras perfeccionarnos en el amor siguiendo un modelo, Jesús. La aceptación de nuestra cruz supone un acto de adhesión profunda a Jesús, con renuncia al mundo y sus mentiras; un acto rotundo de fe que nos abre las puertas del cielo porque nos ponemos en sus manos y negamos que nuestra esperanza esté puesta en todas esas cosas (salud, dinero, afectos..) cuya falta nos produce el sufrimiento; afirmamos que Jesús es nuestro destino y el centro de nuestra vida. Así se opera en nosotros su palabra, “El que cree en mí, aunque haya muerto ( esté enfermo, en paro, solo y angustiado…) vivirá”(Jn11,25). Porque vivir sufriendo por el trabajo que hemos perdido, la enfermedad que nos atenaza, la soledad que nos oprime, eso no es vivir; no es vivir para aquellos que hayan puesto su ilusión y esperanza en las cosas de este mundo. Por eso Jesús nos dice, “Quién quisiera salvar su vida, la perderá, y quién pierda su vida por mí y el Evangelio, ése la salvará” (Mc. 8, 35).

Pero para aquellos que crean en el amor de Jesús, en un destino junto a El por toda la eternidad, para éstos, el sufrimiento es estímulo que libera de las ataduras de este mundo; y la vida. La cruz que Jesús nos envía nos libera si creemos en El, si nos ayuda a negarnos a nosotros mismos y a unirnos más a El, que siendo Dios padeció mucho y murió por nosotros. Pablo nos habla de nuestra liberación cuando nos dice que Jesús “Muriendo…liberó a todos los que por miedo a la muerte ( a sufrir ) pasaban la vida entera como esclavos” (Heb.2, 14 ); y nos habla de vida definitiva más allá de esta existencia terrena, “Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir” (Flp. 1, 21 ) porque “si hemos muerto con El, viviremos con El” (2 Tm. 2, 8). ¡Qué bien han entendido todo esto los mártires y los santos!. ¡Cuántas personas se han negado a sí mismas, han renunciado a esta vida, entregándosela a Dios y a los demás, para ganar la auténtica vida! En escritos anteriores he puesto mil ejemplos que no voy a repetir; solo recordaré a Teresa de Calcuta y a Maximiliano Kolbe, el sacerdote que, en Auschwitz, se ofreció a morir en lugar de un padre de familia. Su ofrecimiento fue aceptado por el SS y murió fusilado. Y su ejemplo, sin duda, convertiría a muchos.

Centremos todo lo anterior de la mano de la Palabra de Dios. Vemos como la cruz es una pieza esencial del plan de salvación que Dios tiene para nosotros: .

A) La cruz de Jesús nos ha redimido de nuestros pecados ( “No he venido yo a llamar a los justos, sino a los pecadores”, Mt.9,13 ), y nos ha demostrado hasta donde llega el amor que Dios nos tiene, sin tener en cuenta nuestras traiciones, y su voluntad insistente de llevarnos al cielo ( “Porque tanto amó Dios al mundo que le dio su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna, (Jn. 3, 16)

B) La aceptación de nuestra cruz, la que Jesús nos invita a coger para llegar a El, puede tener varios significados: 1) Puede ser una llamada que corrija nuestro rumbo equivocado, nuestra falsa esperanza en las mentiras de este mundo (“A los que yo amo, reprendo y corrijo”, Ap. 3,19 ; “No vuelvas a pecar, no sea que te suceda algo peor”, Jn.5, 14 ), y nos ponga en el camino de la Verdad definitiva.

2) Es siempre una ocasión de convertirnos, de negarnos a nosotros mismos y poner a Jesús en el centro de nuestra vida y sufrimientos (“El que quiera seguirme… “), sometiéndonos, como El hizo, a la voluntad de Dios Padre. “Señor, si tu lo quieres, yo lo quiero”, reza una profunda jaculatoria.

3) Es un profundo acto de fe que nos salva, por cuanto supone una clara y libre adhesión a Jesús, escogiéndole a El frente al mundo y nuestro ego,(“…nuestros padres fueron tentados para que se viese si de veras honraban a su Dios. Deben acordarse como fue tentado Abraham y como después de probado con muchas tribulaciones, llegó a ser amigo de Dios.”,Judit, 8, 21 yss.) ; y El nos ha prometido que “El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá”, Jn. 11,25. Esta elección que hacemos, no deja de ser un acto de amor en justa reciprocidad al amor que El nos ha demostrado, primero, por el solo hecho de crearnos para El y, luego, al morir en la cruz por nosotros. Como tal acto de amor, nos une màs a El .

C) Consecuencia de la mayor unión con Jesús es un perfeccionamiento, un crecimiento en el amor, pues, “quién confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios”, 1ª Jn.1,15. Resultado de ello es un mayor olvido de uno mismo y una mayor entrega a los demás, que ven mitigado su dolor por la acción amorosa de otro doliente. En cierto modo podríamos decir que el sufrimiento engendra amor y éste vence al sufrimiento. Seguramente por eso afirma Jesús, “En el mundo tendréis tribulaciones, pero confiad yo he vencido al mundo” (Jn.8,32). Y Pablo nos dice “¿ Quién podrá arrebatarnos el amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro , la espada?...en todas estas cosas vencemos por aquel que nos amó”(Rm. 8, 35 y ss.).

D) El amor de Dios que se manifestó en el santo Kolbe venció al dolor y la muerte en Auschwitz ; y también
 fue ocasión y testimonio para que se manifestase la gloria de Dios, como, en otras ocasiones y de otra forma, también recoge el Evangelio: En el pasaje de la curación del ciego de nacimiento le preguntan a Jesús, “¿Quién pecó, éste o sus padres para que naciese ciego? Contestó Jesús : Ni pecó éste ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios”(Jn.9,2); en otro pasaje, el de la resurrección de Lázaro, cuando las hermanas mandan a Jesús recado de que aquél está enfermo, Jesús les contesta, “Esta enfermedad no es de muerte, sino para gloria de Dios” (Jn. 11, 4).

También se manifiesta Dios, aunque de forma indirecta, en otras situaciones de atrocidades y sufrimiento: Difícilmente se puede encontrar un acontecimiento de tanto sufrimiento y abyección como el llamado Holocausto judío en los campos nazis; y qué decir de los dos millones de seres humanos que, no hace tanto, fueron torturados y matados por los jemeres rojos en Camboya; ahora estamos recordando el vigésimo aniversario de la matanza, a machetazos, de ochocientos mil tutsis , niños y bebés incluidos, llevada a cabo por los hutus en Ruanda. A todo esto se llega cuando el hombre se convierte en una bestia perversa y letal, capaz de causar un inmenso sufrimiento; y solo podemos encontrar una causa, el pecado y la ausencia de Dios.

A la luz de toda la doctrina anterior, veamos casos concretos. ¿Qué podemos decir a esa madre que ha perdido, o está a punto de perder a un hijo suyo queridísimo al que ha entregado su vida? ¿ Qué decirle a ese joven angustiado, que ve amenazada su vida por una grave enfermedad que le causa un enorme sufrimiento? . Supongo que nuestro Padre Eterno les diría : ¿Dónde quieres encontrar una solución a tu angustia?; ¿ en la vida a la que te aferras, que nunca te dará una respuesta y que, antes o después, se acabará?. “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?” (Mc. 8, 16). Piensa que yo te he creado para una vida incomparablemente mejor junto a mí; para eso te creado, te he amado y he dado la vida por tí. En eso, en mí, está tu fuerza y tu esperanza. Todo lo que tienes, hijos, salud, dinero, trabajo… , yo te lo he dado y yo te lo puedo quitar, porque yo soy tu Creador, Padre celoso que no quiero que pongas tu amor en esas cosas, por encima de mí. No quiero compartir tu amor, al mismo nivel, con nada ni con nadie y puedo llamarte a mi lado en cualquier momento para hacerte disfrutar de la felicidad plena para la que te he creado. ¿ Aún no te has dado cuenta de que el mundo nunca saciará tu sed de amor, justicia y paz; que todo son cosas caducas, que por mucho que luzcan en un momento dado, acaban?. Todo es precario y un regalo mío, provisional. Debes entender que mi mayor regalo es haberte hecho hijo mío y que, aunque ahora sufras, yo estoy a tu lado y que, sin la menor duda, poniendo tus ojos en mí superarás tu dolor; porque yo he vencido al mundo y te quiero más de lo que tú eres capaz de querer. Lo he demostrado: Llevo siglos manifestándome a los hombres y al final he enviado a mi Hijo que te lo ha contado todo y se ha acreditado con su Palabra y con prodigios y milagros que, aún, continúa haciendo en ese mundo; pregunta. Ese Hijo que , pese a ser Dios como yo, murió por ti en la cruz en medio de “azotes y salivazos”. Piensa en El y en su madre, tu madre, la Virgen María, que estuvo al pie de la cruz viendo como acababa su hijo para redimiros de las traiciones que me hacéis. Únete a ellos con tú sacrificio y ofrece tu padecimiento por todos los que, como tu, están sufriendo: Enfermos, ancianos desamparados, niños abandonados, parejas rotas, padres de familia sin trabajo y desesperados, madres maltratadas…

Ya sé que tenías planes e ilusiones. El problema es que en esos proyectos no entraba yo, pese a ser lo realmente importante en tú vida; lo único importante. Considera que “El que ama su vida, la pierde ; y el que aborrece su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna” (Jn.12,25). Agradéceme todo lo que te he dado: La vida, afectos, trabajo, buenos momentos. No vivas angustiado por el riesgo de perder todo eso, olvídate de ti mismo y refúgiate en el amor de Jesús, en su cruz y coge tu amor y tu cruz e intenta, poco o mucho, como puedas, sembrar paz en los que te rodean. No dejes que el dolor te quite la paz interior que nace de la certeza de que cuentas conmigo, que estoy a tu lado. Y, si te llegase el momento de reunirte conmigo, piensa que te estoy esperando con los brazos abiertos para que compartas conmigo una vida sin sufrimientos, plena de amor y paz. No pierdes nada; lo ganas todo.

viernes, 14 de marzo de 2014

LA LUZ DEL MUNDO (XI): Verdad, libertad y dolor (d)

Aunque no se puede meter el mar en una palangana, en el escrito anterior traté, osadamente, de resumir la Verdad que nuestro Creador nos ha revelado de forma plena a través de Jesús, su Hijo. Como conclusión, podríamos decir que la Verdad acerca de nuestra identidad y destino consiste, en esencia, en que somos hijos adoptivos de Dios, creados a su imagen y semejanza, destinados a gozar de su compañía por toda la eternidad. Como hijos del Dios- Amor, estamos hechos por y para el amor y, por ende, necesariamente libres; ahí está el meollo de nuestra dignidad. El Nuevo Testamento nos ofrece consecuencias y aspectos de esa Verdad cuyo desarrollo, inspirado por el Espíritu de Dios, es interminable. Jesús no nos enseña una filosofía, sino que nos ofrece una senda para que la recorramos con Él, ha dicho recientemente el Papa Francisco. Es cierto, Jesús nos ofrece el alimento para que recorramos el camino de nuestra existencia terrenal, acompañándonos en nuestro itinerario desde que nacemos hasta que llegamos a la verdad definitiva e ineludible : La muerte y el encuentro con nuestro Creador. En contraposición a la Verdad esencial, arriba enunciada, aparecen cuatro mentiras, también esenciales, en las que, en mayor o menor medida, participamos todos.

La primera, y fundamental, consiste en vivir de espaldas a nuestra esencia y destino, el amor, anclados en el egoísmo, soberbia, codicia y envidia y todas sus consecuencias. La segunda gran mentira radica en vivir al margen de nuestra condición caduca y precaria, de manera que cuando nos sobreviene la enfermedad y la muerte, nos hundimos; eso no entraba en nuestros planes. La realidad es que nuestra existencia está pendiente de un hilo y éste se puede cortar en cualquier momento en forma de accidente, embolia o cáncer. Sin embargo vivimos como si fuéramos a vivir eternamente, más preocupados en el acá que en el más allá. La tercera mentira, colgada de las dos anteriores, es la de los que buscamos en el dinero y las cosas una seguridad y una felicidad plenas que jamás alcanzaremos por esa vía. El sufrimiento y la muerte nos vienen por muchos caminos que el dinero no puede eliminar. Por el contrario, “la codicia es la raíz de todos los males, y muchos, arrastrados por ella, se han acarreado muchos sufrimientos” (1ª Tm. 6,10). La cuarta mentira que la humanidad ha sufrido, y aún sigue sufriendo, es la que desconoce la igual dignidad de todo ser humano; dignidad que, en su parte fundamental o esencial, nunca puede ser ignorada y, menos ,vejada. Nuestra dignidad de hijos de Dios, libres, no se pierde por el hecho de ser mujer, negro, marica, pobre, enfermo, viejo, discapacitado o equivocado.

Ni siquiera se pierde por el hecho de ser terrorista, asesino o violador. Se podrán limitar los derechos de los ciudadanos en función de ciertas circunstancias, pero siempre habrá que observar el mínimo respeto que el ser humano merece. El culmen de esta mentira que comento, se alcanza con la tortura; tuvo uno de sus monumentos más grandiosos en los campos de exterminio nazis y comunistas. El trato que los seres humanos, niños y ancianos incluidos, sufrieron en los “campos” nazis fue mucho peor que el que se da a animales infectos. Es curioso que en los interrogatorios de los responsables y ejecutores de aquellas atrocidades, no aparezcan sentimientos de culpa o arrepentimiento, o sean solo superficiales. La razón de todo ello estuvo en que el Dios Hitler había decretado que los enemigos de la patria, como los judíos, tenían que sufrir la venganza y la aniquilación como ratas; habían dejado de ser personas. Jesús y su mensaje fueron sustituidos por el de Hitler y el suyo. Sin llegar a estos extremos, son muchas las discriminaciones que, aún hoy, sufren las personas afectadas por una circunstancia que las distingue; tales discriminaciones suelen desconocer la igualdad de todo ser humano. La Palabra de Jesús y las encíclicas de su Iglesia reconocen y defienden a rajatabla la igual dignidad de las personas. Aún así, fruto de la imperfección humana, también dentro de la Iglesia se dan comportamientos no acordes con esa verdad : No es raro encontrarse con una autoridad eclesiástica, sea un simple catequista o una jerarquía superior, que trata al rebaño del Señor como si de auténticas ovejas se tratara, ejerciendo su autoridad de forma impropia, desconociendo la libertad y la dignidad de los hijos de Dios; también se observa la existencia de grupos, camarillas… cuyas prácticas excluyentes y juicios descalificatorios, suponen verdaderos atentados contra la caridad y la unidad de la Iglesia. Volveré sobre este punto más adelante, al tratar de la Iglesia de Jesús; es necesario.

Fácilmente se comprende que Jesús, “camino, verdad y vida”, nos propone como contenido de nuestra existencia, de nuestro itinerario hacia la meta definitiva, un proceso de maduración en nuestra dignidad, en el amor y libertad; se trata de alcanzar una mayor semejanza con el Ser Supremo del que venimos y al que vamos, progresando en el amor, de manera que nuestro encuentro con Él no sea “traumático”. De forma escueta, Jesús nos propone, “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”. (Mc. 8, 34 ). En esta breve frase se encierra la guía de nuestro camino, el meollo de las respuestas que buscamos : Por un lado este texto nos está indicando que el recorrido en la vida, lo tenemos que hacer junto a Jesús, pues, en nuestro proceso de asemejarnos a Dios, estamos “llamados a reproducir la imagen de su Hijo” (Rm. 8, 29 ), que es “la imagen visible del Dios invisible”. Esto implica, tal y como se nos dice, que debemos negarnos a nosotros mismos, lo que debemos entenderlo no en sentido negativo de anularnos y hacer dejación de nuestra libertad, sino en sentido positivo de vaciarnos de las mentiras ,arriba mencionadas, y llenarnos de la verdad que nos da la vida; se trata de vivir de acuerdo con nuestra naturaleza y destino, poniendo a Jesús, nuestro modelo, en el centro de nuestra vida para apoyarnos en El y orientarnos con El ; consiste en que vivamos conscientes de que esos valores en los que buscamos la felicidad, (el dinero, el placer, el prestigio, el afecto), no son valores absolutos y no tienen ningún poder frente al sufrimiento y la muerte; que nuestra felicidad tenemos que buscarla, en quién, de verdad, tiene el auténtico poder, Jesús, nuestro hermano y creador; Él tiene las respuestas, Él es la Verdad. Sigámosle a Él y vaciémonos de las mentiras que nos esclavizan : Seamos libres y no vivamos atormentados por lo mucho que queremos y lo poco que tenemos. Jesús machaconamente repite en Mt.6, 24-34 que no nos agobiemos, “Buscad sobre todo el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura”.

Seguir a Jesús en nuestra vida terrena es imitarle y obedecerle, una vez que nos hayamos librado del lastre de las mentiras que nos propone nuestro ego. Para ello, antes que nada, debemos conocerle y descubrir, en su palabra y en nuestra vida, el amor de Dios hacia el género humano y hacia cada uno de nosotros en particular; un amor que yo describía al final del escrito anterior (X) y que culmina con la venida de su Hijo, que dedicó su vida a convencernos ,con palabras y prodigios, del regalo de nuestro destino, del amor de Dios; un amor que culmina con la entrega, libremente aceptada, de su vida por todos nosotros, pese a que le hayamos traicionado o abandonado.

Cuando lleguemos al pleno convencimiento de que ni el dinero, ni la salud ni la vida terrena, son valores absolutos, y, por tanto, su pérdida tiene una importancia relativa; cuando adquiramos la plena convicción de que nuestro camino de asemejarnos a Jesús pasa por la cruz y la muerte que Él aceptó por amor, entonces, estaremos en condiciones de empezar a comprender el misterio del dolor y de la muerte. Detrás de nuestra Cruz está Jesús esperándonos; nuestra Cruz aceptada es un acto profundo de fe, una entrega confiada a la voluntad de Dios, negándonos a nosotros mismos y a todas las mentiras que nos ofrece el mundo y una adhesión clara a la Verdad de nuestra condición de hijos de Dios y a nuestro destino junto al Padre celestial. Entonces se produce la paradoja de que, en medio del sufrimiento, se experimenta el Amor de Dios y, junto a éste, la libertad y la paz.

martes, 25 de febrero de 2014

La luz del mundo (X): La Verdad que Libera (c)

Partíamos de la idea de que la libertad del hombre tiene como presupuestos la liberación de la pobreza extrema y el conocimiento de la Verdad para poder discernir y elegir el camino adecuado. Llegamos al punto culminante, al momento de conocer cual es esa Verdad que nos libera, que nos abre el camino de la felicidad, dando sentido a nuestra existencia y a nuestros padecimientos. Se trata de ver si esa Verdad se haya en el Evangelio de Jesús. En el escrito anterior veíamos los frutos que a lo largo de la historia ha dado su mensaje, las benéficas consecuencias que ese mensaje ha tenido para la humanidad. Esto, por sí solo, ya es una inmejorable carta de presentación; pero se pueden aportar más datos que acreditan como auténticos a ese Evangelio y a su autor. Creo que conocer someramente esos datos constituye una buena introducción antes de conocer el contenido del mensaje.

Jesús se refiere a sus obras como pruebas que le avalan: “Esas obras que yo hago dan testimonio a favor mío”; “ ya que no me creéis a mí, creed a las obras”; “yo estoy en el Padre y el Padre en mí; a lo menos creedlo por las obras”.(Jn.5,36; 10,38 ;14,11). Como El mismo dice, “si no veis señales y prodigios, no creéis “ (Jn,4, 48). Veamos pues, cuales son esas señales.

Dios Padre, Creador del mundo, se dio a conocer de forma explícita a la humanidad, revelándose al pueblo de Israel por medio de profetas que acreditaban su mensaje con señales y hechos prodigiosos. Los judíos conservan esa revelación, y en ella viven, desde hace alrededor de cuarenta siglos. Pieza fundamental de esa revelación, contenida en la Biblia, era el anuncio de la venida de un Mesías que supondría la manifestación plena de Dios al hombre, la plenitud de la revelación. En la Biblia se anunciaban unos signos y circunstancias de la venida del Mesías que se cumplen, rigurosamente, en la persona y aparición de Jesús. Pocos personajes históricos tienen tan acreditada su existencia y obras como El; la una y las otras las resume S. Lucas en los Hechos de los Apóstoles (10, 38), “pasó por la vida haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo”; en definitiva no son otra cosa que una manifestación plena y abundante de su esencia, el Amor: Cura todo tipo de dolencias y enfermedades (cojos y mancos, sordos y mudos, paralíticos, locos, leprosos…); “le llevaban los enfermos en camillas …y los que le tocaban sanaban”(Mc. 6,54 ); resucita a los muertos y hace toda clase de prodigios (calma tempestades, multiplica panes y peces…) con la finalidad de acreditar su condición de Hijo de Dios y su Evangelio, mensaje de amor, salvación y esperanza, en cuya base se haya el cuidado de los pobres, tal como veíamos al principio del desarrollo de este tema. Muere torturado y crucificado, siendo inocente , como el propio Pilatos reconoce, y luego resucita y nos deja, como prueba de todo ello, aparte del testimonio de multitud de discípulos, el prodigio de la Sábana Santa de Turín, que fue su mortaja y recoge su figura. Es éste, un hecho sorprendente porque nadie ha podido explicar la forma (como un negativo fotográfico) ni el procedimiento a través del cual este sudario quedó impreso. Por otro lado, concurren otras circunstancias que acreditan su origen, (residuos de polen, textura y clase de tejido, datos históricos.). Su datación , mediante la prueba del carbono 14, se ha visto dificultada por un incendio que a punto estuvo de quemar toda la tela. En la Sábana Santa quedaron impresas todas las huellas del suplicio que sufrió Jesús : Azotes, nariz rota, llagas de la corona de espinas, perforación de manos y pies por los clavos al crucificarle, lanzada en el costado. De lo que no ha quedado huella es de los insultos y la vejación sufrida; de la tremenda desolación, soledad y amargura sufrida por un inocente.

De lo que vieron y oyeron, dieron fe sus discípulos, sufriendo persecución y martirio; también los primeros cristianos, que se encaminaban al sacrificio en el circo romano, conscientes de una verdad que defendían entregando sus vidas. Nadie da la vida por una mentira. Esa Verdad no ha dejado de ratificarse, siglo tras siglo hasta hoy, mediante prodigios y milagros; hechos a los que la ciencia no ha podido dar explicación: Los fenómenos de la Virgen de Guadalupe en Méjico, las apariciones y milagros de Lourdes, los hechos prodigiosos y apariciones de Fátima, las apariciones y milagros de La Salette en Francia y, recientemente, las apariciones numerosísimas y las curaciones de Medjugorje en Bosnia. Por otro lado, no olvidemos los dos milagros que la Iglesia exige para declarar santo a una persona; pensemos en la cantidad de personas canonizadas y en el riguroso proceso que precede a la canonización, encaminado a dejar plenamente acreditada la caridad del canonizable y los milagros que se le atribuyen.

Sin duda, Jesús, mejor que nosotros , conoce nuestra ceguera espiritual y la necesidad de vencerla con las actuaciones sobrenaturales mencionadas. Además, la sabiduría y planes de Dios están muy por encima de nosotros; no podemos pretender la plena comprensión del misterio de Dios y de muchas cosas que nos ocurren. De ahí la necesidad de contar con esas pruebas físicas que respaldan la fe. Por otro lado son muchas las experiencias personales que hemos tenido, tanto yo como mis hijos y amigos, y que ponen de manifiesto el cuidado que el Creador tiene por sus criaturas, aunque éstas le hayan olvidado. Al final, es ahí, en el ámbito íntimo, desde la experiencia personal y sincera iluminada por la Luz de La Palabra y el Espíritu del Creador, donde debemos encontrar la respuesta y la convicción.

Paso ya a dar, sucintamente, el contenido de esa Verdad depositada en la Biblia; una verdad que, a lo largo de los siglos, ha arrastrado a tantas personas a dejarlo todo y consagrar su vida, e incluso entregarla, en testimonio de esa Vedad. Me vienen a la cabeza algunos personajes santos : S. Francisco Javier, que dejó su castillo y su brillante futuro y se marchó a la India y al Japón, hace cuatro siglos; el padre Damián, muerto leproso por cuidar a los leprosos de Molokai; la madre Teresa de Calcuta; Maximiliano Kolbe que, en Auschwitz, quiso morir, en lugar de otro compañero cautivo ; Teresita del Niño Jesús, que con quince años no paraba de pedir, entre lloros constantes, que la dejaran encerrarse en un convento de clausura para dedicar su vida a rezar, y, no estaba loca. Ha sido declarada doctora de la Iglesia.

La revelación que Nuestro Creador hace sobre sí mismo y sobre nosotros parece necesaria por cuanto es algo que, aunque intuido, resulta para nosotros sorprendente e inconcebible. Me atrevo a darle la forma de un relato que podría dirigirnos a cada uno de nosotros el mismo Dios, recogiendo el mensaje que nos da en La Biblia : Yo soy el único Dios, Creador del universo visible e invisible. Yo soy todopoderoso, ilimitado y libérrimo; yo soy Amor y te ha creado por amor, como la criatura más excelsa de la creación, haciéndote hijo adoptivo mío, para que disfrutes de mi compañía por toda la eternidad. Por esta razón te he creado a mi imagen y semejanza, por lo que en esencia eres amor y primordialmente espíritu, y , por lo mismo, te he hecho libre para que puedas corresponder o no corresponder al amor que te tengo, conociendo la Verdad que te permita rechazar el camino equivocado. Tú decides; yo no quiero a mi lado piedras o animales, sino seres libres que me escojan a mí, frente a la alternativa engañosa que ofrece el Maligno de escogerse a sí mimos. Yo soy todo bondad y misericordia, comprendo tus fallos porque te he creado, y he hecho y haré todo lo que sea necesario para que vuelvas a mí, pese a tus dudas y traiciones, como hice con el pueblo de Israel. Por ello, después de marcarte el camino del Bien a través de leyes y preceptos que te dieron mis profetas, yo mismo me hice hombre, en la persona de Jesús, mi Hijo unigénito, para hablarte directamente y justificarte, redimiéndote de tus traiciones, mediante el sacrificio mi propio Hijo. Tenéis la puerta del cielo abierta de par en par y aquí estoy yo, vuestro Padre, esperándoos. El camino para llegar no es otro que el del Amor, como os ha dicho Jesús. Así que, perseverad en el cumplimiento de mi voluntad, negándoos a vosotros mismos, perdonando siempre y devolviendo bien por mal; buscad el bien de los demás por encima del vuestro y actuad como lo que sois, hijos amados míos. Confiad en mí, en medio de las tribulaciones de la vida, con los ojos puestos en vuestro destino y vida definitiva. Todo lo que os pase en la vida, os guste o no, tiene una razón de ser: Acercaros a Mí. No dudéis, yo siempre estoy a vuestro lado y os querré siempre aunque me tratéis mal.

lunes, 10 de febrero de 2014

LA LUZ DEL MUNDO (IX): Libertad y Verdad (b)

Concluía el escrito anterior, diciendo que Jesús es el mayor libertador de los pobres; dije que la pobreza extrema hace del hombre un esclavo de su subsistencia, le animaliza, le resta dignidad. Sigo ahora desarrollando el tema en este primer plano, para pasar a continuación a los otros dos planos en los que podemos asentar la libertadel conocimiento de la Verdad y la capacidad de elegir, desarrollando el asunto como Dios me dé a entender, de la mano de su Palabra. Así que, siguiendo con los pobres, en una visión amplia de esta situación, habría que considerar como tales, a todos los que carecen de unos indispensables medios económicos para atender a las necesidades básicas de todo ser humano. El vestido, el alimento, la habitación, la salud, son cosas que no le pueden faltar; pero tampoco debemos olvidar que el trabajo y el descanso, el afecto, la compañía, la familia y el arraigo, constituyen ingredientes sin los cuales la persona no puede vivir en plenitud. Por eso la Biblia, y Jesús, se ocupan de los emigrantes, las viudas, los enfermos, los cautivos y los huérfanos; son personas especialmente necesitadas del amparo de los demás por cuanto reúnen , en su condición, necesidades de todo tipo. Se puede discutir si es o no moralmente lícito poner barreras fronterizas a quienes quieren venir a “disfrutar” de esta sociedad occidental decadente, huyendo de países paupérrimos; lo que no es discutible es que todos debemos ser solidarios con esos pobres, en sus países de origen, para librarles de una pobreza que les esclaviza y que ha sido causada, en gran medida, por el llamado primer mundo. La atención a todos estos desamparados, emigrantes o no, no solo requiere nuestro dinero, sino también  nuestro tiempo, dedicación y afecto. Me resulta mezquino pretender lavar nuestra conciencia con solo una periódica limosna. 

Pero Jesús, curiosamente, más que liberar a los pobres, buscaba y busca liberar a los ricos, a los que vamos tras la riqueza pensando que ella nos va dar la seguridad y la felicidad; seguridad que no existe en este mundo; felicidad que no podremos alcanzar por medio de las cosas que tenemos porque, éstas, no van a darnos respuestas sobre el sufrimiento y la muerte ni pueden darnos a conocer el sentido de la vida que nos traiga la paz a nuestro  espíritu. Ese es el gran problema que tenemos: Vivimos en la mentira, obsesionados por el tener, engañados en un plano materialista, absortos en un mundo maravilloso de avances sorprendentes, cuando nuestra esencia es principalmente espiritual y ese mundo no es mas que la obra y huella del Espíritu Supremo, medio para encontrarnos con El. Todos necesitamos utilizar más los ojos del alma,  para ver más allá de una realidad llamada a desaparecer, para ver la luz de la Verdad. 

Jesús vino a darnos la libertad, luchando contra la pobreza y dándonos una Verdad que nos rescata de la mentira y nos da respuestas que no podemos encontrar en otro lado; Jesús vino a romper las cadenas de la mentira y darle al hombre la buena noticia de la Verdad que puede iluminar y dar sentido a nuestras vidas. Por eso Juan, ya al principio de su Evangelio, proclama, ”En El estaba la vida y la vida era la luz de los hombres…Esta era la luz verdadera que, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre” (Jn. 1,4.9). Mas adelante, este evangelista recoge varias afirmaciones rotundas que Jesús hace sobre sí mismo:  “Yo he venido como luz del mundo; el que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá la luz de vida” (Jn, 8, 12) ; “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. (Jn.14, 6). Vemos como Jesús liga la luz de su verdad a la auténtica vida. Por otro lado Jesús establece que la Verdad es la base de la libertad, “Si permanecéis en mi palabra…conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn. 8, 31); es decir, que el camino de la vida, de la felicidad, solo podemos recorrerlo en la libertad que nos alumbra la Verdad, una verdad que es Jesús; por lo que El mismo afirma, al final de la anterior cita (de Jn,8, 31), “Os digo que el que comete pecado, siervo es del pecado”. Porque el pecado, que en esencia es egoísmo y negación de Dios, es una mentira que esclaviza al hombre al apartarle del camino de su felicidad; de ahí que al Espíritu del Mal, al diablo, el Evangelio le llame el”padre de la mentira”(Jn. 8, 44) 

Pero, ¿por qué he de creer a Jesús?; ¿por qué creer que El es esa Verdad que me va a liberar del presunto engaño de una alternativa materialista? Porque Jesús y su evangelio nos traen un mensaje de amor, perdón y esperanza, que ha fructificado en una enorme cantidad de obras de solidaridad que tanto bien acarrea a la humanidad: Instituciones para atender a todo tipo de necesitados, huérfanos , enfermos, emigrantes, ancianos, presos, viudas y madres solteras… Existen hospitales, leproserías, casas de acogida y organizaciones asistenciales dentro de nuestras fronteras (Cáritas) y fuera de ellas (Manos Unidas, Ordenes y Obras misioneras). ¿Quién puede negar la aportación de la Iglesia de Jesús al progreso de la humanidad a través de colegios y universidades?; ¿Quién puede negar la labor que ha hecho la Iglesia de Jesús para la conservación y transmisión de la cultura y el patrimonio artístico y monumental a través de los siglos? 
                  
Es el Evangelio de Jesús el que da respuesta al dolor y a la muerte, como veremos más adelante, al tratar el tema de forma particular, descubriéndonos que la vida en este mundo no es un valor absoluto , y que el sufrimiento y la muerte tienen un sentido en orden a nuestra felicidad, incluso aquí , en esta vida. Cuando Jesús pregunta a Pedro si él también le va a abandonar, escandalizado por su doctrina, éste responde, “¿dónde iré Señor?, tú tienes palabras de vida eterna” Jn. 6, 68) 

La alternativa a la Verdad de Jesús es la mentira que nos trae el Diablo y su mensaje de egoísmo, materialismo y hedonismo; un mensaje que trae de la mano mucha infelicidad, muerte y destrucción en todos los ámbitos, personal, familiar, social ; así nos lo dice nuestra experiencia y lo pregona la historia de la humanidad : ¡Cuántas  personas desorientadas y sin esperanza, cuántas animalizadas y destruidas por el vicio, cuantas familias rotas, cuantas injusticias sociales, cuantas guerras, matanzas y calamidades causadas por el Mal; ese Mal que construyó verdaderos monumentos al sufrimiento y a la vejación humana como fueron los campos de exterminio nazis o los gulags de Stalin. La sustitución de Dios por el hombre, paradójicamente, es la fuente de todas las desdichas de la humanidad; la base sobre la que se han asentado los mayores ataques a la libertad y dignidad del ser humano; la mentira que esclaviza. Cuando el engaño se apodera de una sociedad, como sucede en España,(dictadura de partidos y otros grupos organizados), la libertad desaparece y la corrupción y la descomposición de la nación campan a sus anchas. Se habla de ausencia de valores como si les diese miedo señalar a “la madre del cordero”, la ausencia de Dios. Supongo que las Iglesias vacías  es algo que tiene mucho que ver con la situación. 

He comentado los frutos de la Verdad de Jesús y los efectos de la Mentira del Diablo; toca ahora ver el porqué esa Verdad convence y arrastra a quién la quiere oír con corazón sincero, sin prejuicios o inclinaciones que condicionen la búsqueda del camino de la felicidad; en definitiva, ¿en qué consiste, qué contenido tiene esa Verdad, y qué pruebas se pueden aportar en su favor, aparte de toda esa obra de solidaridad ,antes comentada, que tanto bien ha hecho a la humanidad tratando de liberar al hombre de la pobreza y la esclavitud.