martes, 7 de enero de 2014

La luz del mundo (VII): Más sobre el Opus y los Kikos

Como vengo diciendo, no se trata de “poner verdes” a estas instituciones, cuyos méritos son innegables, sino de dar mi opinión sobre ciertas imperfecciones que en ellas se dan, aunque muchos de sus miembros actúen como si todo fuera perfecto y acepten mal las críticas. Tampoco pretendo llevar razón o no toda la razón.

En el escrito anterior apuntaba defectos de libertad y comunión que se dan en estos movimientos. Insistiré ahora en ello, lo más brévemente que pueda, porque lo que busco en el fondo es hablar de la libertad y la comunión en la Iglesia a la luz de la Palabra.

Las personas tenemos un cierto grado de gregarismo; queremos sentirnos arropados por el grupo con el que nos sentimos identificados. Asumir las pautas del grupo no supone limitación de la libertad, en la medida que las hagamos propias con independencia de que nos gusten mucho, poco o nada. Pero la obediencia, necesaria para la unidad del grupo, no debe afectar a la libertad de manifestar opiniones discrepantes, incluso comportamientos “atípicos”, sobre todo en la esfera de la intimidad. Es ahí, en el campo de las opiniones y en el de las decisiones estrictamente personales, donde se pueden dar ataques contra la libertad.

Se “aconseja” desde la autoridad y la obediencia, con tintes de imposición, sobre temas como quién debe ser tu novio o novia, el número de hijos, la forma de vestir, el uso o no de anticonceptivos…Está muy bien que se den pautas y se imparta la doctrina de la Iglesia, pero no deben imponerse, como de hecho ocurre, al adentrarse en la intimidad de los afiliados. Los adscritos al grupo actúan muchas veces sin libertad, por temor a verse excluidos en cierta forma, al conocerse su pensamiento. Es el miedo a moverse para no ser excluido de la foto. De ahí que mucha gente hable de estos movimientos como sectarios. Existe una dependencia excesiva del grupo por cuanto se ha adquirido una cierta conciencia de que no hay vida fuera del mismo. Y es que la defectuosa comunión con el resto de la Iglesia, genera esa sensación de “camino único” que repercute en la libertad de los “opusinos” y Kikos.

No es que exista absoluta cerrazón y falta de comunión, sino que, seguramente, podrían hacerse muchas cosas para una mayor apertura. En este terreno se ganaría mucho con un mayor acercamiento a la parroquia. No me refiero solo al resto de la parroquia, sino, también, al resto de parroquias “no amigas” y a otros movimientos de la Iglesia. La fe debe proyectarse y testimoniarse, como consecuencia esencial y natural de la misma, sobre los demás, de forma especial, sobre los más alejados. Las expresiones y actitudes que descalifican o menosprecian a los no pertenecientes al grupo, no benefician en nada la comunión en la Iglesia. Es más, en el ámbito interno de estos movimientos, existe una jerarquía, (catequistas, tutores, directores…), cuya comunión con el resto de los miembros podría mejorarse mucho...Resulta curioso, y sin duda fructífero, señalar las diferencias que se dan entre el Opus y los Kikos.

Los rasgos propios de cada uno de estos movimientos, distintos y en parte opuestos, pueden enriquecernos a todos. La idea principal en el Opus, según leí, escuché y viví, es la santificación a través del trabajo, parte muy importante de nuestra vida. Fruto de esto son los muchos personajes que pertenecen a esta organización (ministros, catedráticos, profesionales relevantes…). En sintonía con esta idea madre, existe un principio que se oye con frecuencia, “hay que poner los medios”, que se traduce en el esfuerzo para conseguir la meta que uno se propone. Y esto también se aplica al terreno más estrictamente espiritual, donde se lleva una contabilidad diaria de todos los fallos y pecadillos, así como una celosa observancia de las cotidianas normas de piedad, donde se incluye la misa diaria como centro de la vida del cristiano. En consonancia con lo anterior, se vive un cierto culto al detalle y a la perfección que se traduce en la exquisita limpieza y decoración de sus locales y personas, así como en una perfecta, un tanto ostentosa genuflexión, delante del Santísimo. Sus meditaciones, retiros y medios de formación son muy medidos, cuidados y abundantes, dentro de una estricta separación entre hombres y mujeres . En cada grupo que se forma, se busca siempre una cierta homogeneidad social e intelectual de sus componentes.

En contraste con lo anterior, el acento en los Kikos se pone en una fe vivida desde la precariedad humana, desde nuestra condición de pecadores y desde un esfuerzo menor, que deja al Espíritu de Dios la tarea principal de transformarnos. Es una fe vivida desde la perspectiva del amor que Dios nos tiene. Todo lo cual lleva a una cierta dosis de irresponsabilidad y desorden cuando se olvida la necesaria implicación y responsabilidad del cristiano en su progreso de santificación. Esto ha llevado a algunos a afirmar que es el movimiento de la Iglesia más cercano a los protestantes, lo que solo es verdad en parte, pues existe un importante control de cada comunidad por los catequistas, que mantienen un cierto grado de distanciamiento que les otorga un titulo de respeto e incluso temor desde la óptica de los catequizados. Aquí los medios de formación son escasos en comparación con el Opus. Las convivencias y catequesis tienen cierto grado de improvisación. Es frecuente la impuntualidad y el comportamiento en el templo, sobre todo de los jóvenes, resulta a veces incorrecto (se habla mucho, se come chicle, se sientan mal…). Las comunidades en los Kikos están formadas por hombres y mujeres, jóvenes y mayores, pobres y ricos, en una mezcolanza de lo más heterogénea. Son frecuentes los matrimonios entre jóvenes sin trabajo que dejan su futuro completamente en manos de Dios, algo impensable en el Opus.

Tanto en una como en otra organización se vive un santo abandono a la voluntad de Dios, conscientes de que Él lleva nuestras vidas. Lo que no parece aceptable es pretender que el Señor sea cómplice de temeridades, poniéndole en “un brete”. Tampoco parece acertado que los jóvenes tengan que esperar a que los jóvenes tengan todo resuelto. En esta organización se crean unos lazos afectivos dentro de los miembros de una comunidad, lo que, siendo bueno en sí mismo, no deja de suponer una mayor dependencia del grupo y un condicionamiento a la libertad.

En conclusión, los enfoques de ambos movimientos, en principio correctos, evidencian en su versión más fanática, claras imperfecciones. Sería bueno que el Opus tomara algo del espíritu de los Kikos, y que éstos se impregnaran un poco del espíritu del Opus; y que ambos se abrieran más por dentro y hacia fuera.

Tampoco se puede olvidar que estos movimientos tienen un origen distinto y van destinados a sectores de población diferentes: El Opus nace en ambientes universitarios (su primera obra corporativa fue el colegio mayor Moncloa de Madrid), mientras que los Kikos comienzan su andadura en las chabolas de la periferia de Madrid.

Dicho lo cual, solo me queda expresar mi reconocimiento y afecto a ambos movimientos, a los que tanto debo, y pasar a hablar de la libertad y la comunión en la Iglesia a la luz de la Palabra. Posiblemente encontremos en ella una denuncia hacia ciertos comportamientos, dentro y fuera de estos movimientos.

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