martes, 25 de febrero de 2014

La luz del mundo (X): La Verdad que Libera (c)

Partíamos de la idea de que la libertad del hombre tiene como presupuestos la liberación de la pobreza extrema y el conocimiento de la Verdad para poder discernir y elegir el camino adecuado. Llegamos al punto culminante, al momento de conocer cual es esa Verdad que nos libera, que nos abre el camino de la felicidad, dando sentido a nuestra existencia y a nuestros padecimientos. Se trata de ver si esa Verdad se haya en el Evangelio de Jesús. En el escrito anterior veíamos los frutos que a lo largo de la historia ha dado su mensaje, las benéficas consecuencias que ese mensaje ha tenido para la humanidad. Esto, por sí solo, ya es una inmejorable carta de presentación; pero se pueden aportar más datos que acreditan como auténticos a ese Evangelio y a su autor. Creo que conocer someramente esos datos constituye una buena introducción antes de conocer el contenido del mensaje.

Jesús se refiere a sus obras como pruebas que le avalan: “Esas obras que yo hago dan testimonio a favor mío”; “ ya que no me creéis a mí, creed a las obras”; “yo estoy en el Padre y el Padre en mí; a lo menos creedlo por las obras”.(Jn.5,36; 10,38 ;14,11). Como El mismo dice, “si no veis señales y prodigios, no creéis “ (Jn,4, 48). Veamos pues, cuales son esas señales.

Dios Padre, Creador del mundo, se dio a conocer de forma explícita a la humanidad, revelándose al pueblo de Israel por medio de profetas que acreditaban su mensaje con señales y hechos prodigiosos. Los judíos conservan esa revelación, y en ella viven, desde hace alrededor de cuarenta siglos. Pieza fundamental de esa revelación, contenida en la Biblia, era el anuncio de la venida de un Mesías que supondría la manifestación plena de Dios al hombre, la plenitud de la revelación. En la Biblia se anunciaban unos signos y circunstancias de la venida del Mesías que se cumplen, rigurosamente, en la persona y aparición de Jesús. Pocos personajes históricos tienen tan acreditada su existencia y obras como El; la una y las otras las resume S. Lucas en los Hechos de los Apóstoles (10, 38), “pasó por la vida haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo”; en definitiva no son otra cosa que una manifestación plena y abundante de su esencia, el Amor: Cura todo tipo de dolencias y enfermedades (cojos y mancos, sordos y mudos, paralíticos, locos, leprosos…); “le llevaban los enfermos en camillas …y los que le tocaban sanaban”(Mc. 6,54 ); resucita a los muertos y hace toda clase de prodigios (calma tempestades, multiplica panes y peces…) con la finalidad de acreditar su condición de Hijo de Dios y su Evangelio, mensaje de amor, salvación y esperanza, en cuya base se haya el cuidado de los pobres, tal como veíamos al principio del desarrollo de este tema. Muere torturado y crucificado, siendo inocente , como el propio Pilatos reconoce, y luego resucita y nos deja, como prueba de todo ello, aparte del testimonio de multitud de discípulos, el prodigio de la Sábana Santa de Turín, que fue su mortaja y recoge su figura. Es éste, un hecho sorprendente porque nadie ha podido explicar la forma (como un negativo fotográfico) ni el procedimiento a través del cual este sudario quedó impreso. Por otro lado, concurren otras circunstancias que acreditan su origen, (residuos de polen, textura y clase de tejido, datos históricos.). Su datación , mediante la prueba del carbono 14, se ha visto dificultada por un incendio que a punto estuvo de quemar toda la tela. En la Sábana Santa quedaron impresas todas las huellas del suplicio que sufrió Jesús : Azotes, nariz rota, llagas de la corona de espinas, perforación de manos y pies por los clavos al crucificarle, lanzada en el costado. De lo que no ha quedado huella es de los insultos y la vejación sufrida; de la tremenda desolación, soledad y amargura sufrida por un inocente.

De lo que vieron y oyeron, dieron fe sus discípulos, sufriendo persecución y martirio; también los primeros cristianos, que se encaminaban al sacrificio en el circo romano, conscientes de una verdad que defendían entregando sus vidas. Nadie da la vida por una mentira. Esa Verdad no ha dejado de ratificarse, siglo tras siglo hasta hoy, mediante prodigios y milagros; hechos a los que la ciencia no ha podido dar explicación: Los fenómenos de la Virgen de Guadalupe en Méjico, las apariciones y milagros de Lourdes, los hechos prodigiosos y apariciones de Fátima, las apariciones y milagros de La Salette en Francia y, recientemente, las apariciones numerosísimas y las curaciones de Medjugorje en Bosnia. Por otro lado, no olvidemos los dos milagros que la Iglesia exige para declarar santo a una persona; pensemos en la cantidad de personas canonizadas y en el riguroso proceso que precede a la canonización, encaminado a dejar plenamente acreditada la caridad del canonizable y los milagros que se le atribuyen.

Sin duda, Jesús, mejor que nosotros , conoce nuestra ceguera espiritual y la necesidad de vencerla con las actuaciones sobrenaturales mencionadas. Además, la sabiduría y planes de Dios están muy por encima de nosotros; no podemos pretender la plena comprensión del misterio de Dios y de muchas cosas que nos ocurren. De ahí la necesidad de contar con esas pruebas físicas que respaldan la fe. Por otro lado son muchas las experiencias personales que hemos tenido, tanto yo como mis hijos y amigos, y que ponen de manifiesto el cuidado que el Creador tiene por sus criaturas, aunque éstas le hayan olvidado. Al final, es ahí, en el ámbito íntimo, desde la experiencia personal y sincera iluminada por la Luz de La Palabra y el Espíritu del Creador, donde debemos encontrar la respuesta y la convicción.

Paso ya a dar, sucintamente, el contenido de esa Verdad depositada en la Biblia; una verdad que, a lo largo de los siglos, ha arrastrado a tantas personas a dejarlo todo y consagrar su vida, e incluso entregarla, en testimonio de esa Vedad. Me vienen a la cabeza algunos personajes santos : S. Francisco Javier, que dejó su castillo y su brillante futuro y se marchó a la India y al Japón, hace cuatro siglos; el padre Damián, muerto leproso por cuidar a los leprosos de Molokai; la madre Teresa de Calcuta; Maximiliano Kolbe que, en Auschwitz, quiso morir, en lugar de otro compañero cautivo ; Teresita del Niño Jesús, que con quince años no paraba de pedir, entre lloros constantes, que la dejaran encerrarse en un convento de clausura para dedicar su vida a rezar, y, no estaba loca. Ha sido declarada doctora de la Iglesia.

La revelación que Nuestro Creador hace sobre sí mismo y sobre nosotros parece necesaria por cuanto es algo que, aunque intuido, resulta para nosotros sorprendente e inconcebible. Me atrevo a darle la forma de un relato que podría dirigirnos a cada uno de nosotros el mismo Dios, recogiendo el mensaje que nos da en La Biblia : Yo soy el único Dios, Creador del universo visible e invisible. Yo soy todopoderoso, ilimitado y libérrimo; yo soy Amor y te ha creado por amor, como la criatura más excelsa de la creación, haciéndote hijo adoptivo mío, para que disfrutes de mi compañía por toda la eternidad. Por esta razón te he creado a mi imagen y semejanza, por lo que en esencia eres amor y primordialmente espíritu, y , por lo mismo, te he hecho libre para que puedas corresponder o no corresponder al amor que te tengo, conociendo la Verdad que te permita rechazar el camino equivocado. Tú decides; yo no quiero a mi lado piedras o animales, sino seres libres que me escojan a mí, frente a la alternativa engañosa que ofrece el Maligno de escogerse a sí mimos. Yo soy todo bondad y misericordia, comprendo tus fallos porque te he creado, y he hecho y haré todo lo que sea necesario para que vuelvas a mí, pese a tus dudas y traiciones, como hice con el pueblo de Israel. Por ello, después de marcarte el camino del Bien a través de leyes y preceptos que te dieron mis profetas, yo mismo me hice hombre, en la persona de Jesús, mi Hijo unigénito, para hablarte directamente y justificarte, redimiéndote de tus traiciones, mediante el sacrificio mi propio Hijo. Tenéis la puerta del cielo abierta de par en par y aquí estoy yo, vuestro Padre, esperándoos. El camino para llegar no es otro que el del Amor, como os ha dicho Jesús. Así que, perseverad en el cumplimiento de mi voluntad, negándoos a vosotros mismos, perdonando siempre y devolviendo bien por mal; buscad el bien de los demás por encima del vuestro y actuad como lo que sois, hijos amados míos. Confiad en mí, en medio de las tribulaciones de la vida, con los ojos puestos en vuestro destino y vida definitiva. Todo lo que os pase en la vida, os guste o no, tiene una razón de ser: Acercaros a Mí. No dudéis, yo siempre estoy a vuestro lado y os querré siempre aunque me tratéis mal.

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