lunes, 4 de noviembre de 2013

La luz del mundo (II)


El ser humano está hecho por y para Dios, por y para el amor ( “Dios es amor”, dice la Biblia). Cuando el hombre centra la razón de su existencia en sí mismo, en sus ambiciones, en su bienestar, en su gusto, entonces, se convierte en algo desnaturalizado y capaz de las mayores aberraciones e injusticias. No es que no podamos tener nuestros planes y metas, sino que éstos deben estar concebidos de acuerdo a nuestra esencia profunda y a nuestro fin último y, por tanto, a ello supeditados.

El alejamiento de nuestro auténtico centro, el egocentrismo, produce en nosotros un vacío, que puede llegar a angustiarnos andando el tiempo, si llegamos a percibir ese sinsentido con nitidez e intensidad. Tal estado crea en nosotros la necesidad de reorientarnos, de encontrar a Dios. Eso nos ha sucedido a muchas personas y origina un proceso que está muy bien descrito en el libro de Somerset Maugham, 'El filo de la navaja': El protagonista lo tiene todo, buena posición, amor, futuro…Pero cuando ,en la guerra, pasa por la experiencia de ver la muerte de cerca y percibe la inconsistencia humana, se siente perdido e inicia la búsqueda de Dios. Pero hay otra forma de abordar esta situación. Mucha gente escapa a su vacío ahondando más y más en el pozo de su autodestrucción moral y física y, caiga quién caiga y no importa a qué precio, busca su felicidad en el tener, recibir y disfrutar; pronto se familiariza con la bebida o la droga y el mal uso del sexo; sus semejantes cuentan poco y nada importa el abuso y la injusticia si ello reporta un beneficio o placer.

El alejamiento de Dios, de la Verdad, es mas difícil percibirlo, y por tanto corregirlo, por aquellos que han llenado su vida de un falso Dios, de una pseudo-religión como pueda ser el materialismo comunista o de otro tipo. Estos ya han encontrado a “su Dios” y naturalmente, no emprenderán el camino de buscar al auténtico. Se quedarán anclados en una visión materialista del hombre y, basándose en “cuatro“ postulados, negarán la dimensión esencial del hombre, la espiritual; no descubrirán la genuina solidaridad que es la caridad ni la justicia de Dios impregnada de perdón; ni que existe una razón mucho más solida y profunda para ayudar al pobre, al huérfano, a la viuda y al emigrante: El Amor de Dios hacía sus criaturas, en especial al ser humano.

A los que están en esta situación, la salida les resulta algo más difícil por estar falsamente llenos, aunque, muchos de ellos, pueden tener el terreno abonado para su conversión al haber superado el núcleo duro de su egoísmo. A estas personas les puede suceder lo que le ocurrió a André Frossard, que se les encienda la luz en cualquier momento. Este autor nos cuenta en su libro “Dios existe, yo me lo encontré”, que entró en una capilla buscando a un amigo y que, dice él, “habiendo entrado allí escéptico y ateo de extrema izquierda…volví a salir, unos minutos mas tarde, católico, apostólico y romano”. Sigue describiendo su experiencia : ”Caí en una especie de emboscada… nada me preparaba a lo que me ha sucedido. También la caridad divina tiene sus actos gratuitos…no he desempeñado papel alguno en mi propia conversión”. Y así fue como inició su destacada andadura de escritor católico hasta el fin de sus días. Desde las reflexiones anteriores se entiende bien el Salmo 41 : “Como busca la cierva corrientes de agua viva, así mi alma te busca a ti, Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios?“.

Más arriba decía que hay quienes no emprenden el camino de encuentro con Dios porque ello les supone un cambio en sus vidas que no quieren afrontar. Más bien aplazan esa búsqueda que en su fuero interno sí la ven necesaria. Para otros el aplazamiento se justifica porque hay cosas más urgentes que hacer, no tienen tiempo. Todos ellos no quieren darse cuenta de que lo primero y principal es saber de donde venimos , a dónde vamos y qué hacemos aquí. Todo lo demás viene después. No comprenden que todo cambio, aún el más radical, es posible desde el encuentro con Dios porque ese mismo encuentro aporta una fuerza, de la que antes se carece, que es capaz de producirlo. Todas estas personas, entretenidas en los quehaceres de este mundo, vegetan sustentadas en la salud, trabajo y amor de los que, en mayor o menor medida, disfrutan. Por eso, en ocasiones, antes o después, viene Dios a llamarlos a través de un cáncer, un despido, una ruptura, una muerte…

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