miércoles, 13 de noviembre de 2013

La luz del mundo (III)

Hemos visto como el Hombre desde su interior, a través de diversas situaciones que puede experimentar, puede sentir la necesidad de Dios. Pero Dios también se revela desde el exterior: El universo entero, las criaturas todas evocan la existencia de un Creador cuyo poder y sabiduría está muy por encima de nosotros. Como señala Carlyle en su libro 'Los héroes', las culturas primitivas, cuando el hombre no había perdido su ingenuidad ni su capacidad de asombro, las cosas y fuerzas de la naturaleza suscitaban una admiración y veneración que llevaba a aquellos hombres a personalizar en ellas a la divinidad: El Sol, el fuego, el hielo, el trueno, las tormentas, los ríos, los lagos, las cascadas…han sido considerados por ellos como algo divino que regía sus vidas y su futuro. Confundían, comprensiblemente, al Creador con su obra. Este enfoque de las cosas explica que el hombre, como criatura más excelsa capaz de influir y dirigir en alguna medida lo creado, haya sido considerado como dios en la persona de sus seres más excepcionales, los héroes. La llamada de Dios a través de la huella dejada en su creación, ha suscitado en el hombre estas respuestas en forma de religión.

Existe otra llamada que, ahora, en esta última etapa de la historia vivida, si no aparece, sí destaca. Es una forma negativa; algo parecido al método matemático de reducción a lo absurdo. Se trata de ver las consecuencias de prescindir de Dios; de ver qué cotas de infelicidad, desgracia, e injusticia es capaz de alcanzar el hombre cuando se convierte en un animal actuando al margen de su esencia espiritual. Ahí están las guerras, la mayor vejación jamás sufrida por el hombre en los campos de concentración nazis, el Gulag stalinista, los yemeres rojos de Camboya, la explotación del tercer mundo por parte del primer mundo, Lampedusa. Nadie es inocente, no vale mirar para otro lado, no querer saber. Existen seres que mueren de necesidad mientras otros despilfarramos. Ninguna injusticia sobre la Tierra nos es totalmente ajena al resto de los seres humanos. Por lo tanto en alguna medida todos somos culpables. En el plano mas particular o individual, la animalización de la que hablo se traduce en destrucción de la familia y soledad; injusticias y abusos; autodestrucción bajo las más variadas formas de desenfreno (alcohol, drogas, perversiones sexuales…)

Ante la necesidad que tiene el hombre de Dios, muchos reaccionan buscándolo mientras otros niegan esa necesidad, considerando que aquéllos andan tras un refugio ficticio, inexistente, que les ponga a salvo de su limitación e impotencia y les oculte un final que es la nada y, como mucho, el recuerdo de sus semejantes. Esta posición ante la vida y la muerte podría estar mas justificada si nuestro Creador se hubiese contentado con dejar su huella en su Creación y luego se hubiese desentendido de su obra. Pero esto no ha sucedido así: De una u otra forma, Dios se ha revelado al hombre; ha actuado en la historia y, en un determinado momento, ha intervenido en ella directa y personalmente a través de Jesús de Nazaret.

Jesús, el Hijo de Dios, nos ha traído todas las respuestas que el hombre necesita. El es nuestra fuerza, consuelo y esperanza que viene anunciando la Biblia desde Adán, a través de todos los profetas. Jesús nos ha traído un mensaje asombroso y extraordinario que nos resultaría increíble de no ser por su condición de Dios hecho hombre. Si Dios mismo no nos lo hubiese dicho, no podríamos creer que somos hijos de Dios, destinados a participar en la vida divina por toda la Eternidad pese a nuestros pecados. Esa es la Buena Noticia que Jesús vino a confirmarnos y asegurarnos. Ese Jesús-Dios, intuido y vislumbrado por el hombre en lo más profundo de su ser, anunciado por los profetas y acreditado por su mensaje y prodigios, ha recibido el testimonio de los primeros mártires que iban a la cruz o a las fieras confiando en la Verdad, Jesús. Nadie da la vida por una mentira.

Y aquel Jesús ha seguido y sigue actuando en la historia de la humanidad hasta nuestros días : Son muchos los milagros que ha seguido haciendo a través de los santos; milagros que han sido probados como prodigios sobrenaturales en las causas de beatificación y santificación. También son abundantes las apariciones y milagros hechos por María, nuestra madre del Cielo : Fátima, Lourdes, Guadalupe, La Salette… Con todo, hay algo que certifica que Jesús es Dios: Es el mensaje de su Evangelio. Frente a la vida animal, rastrera y limitada que el mundo de hoy preconiza; frente a una vida basada en el egoísmo, el dinero, el poder, el sexo, el odio, la venganza, la explotación y la injusticia, El viene a anunciar el amor y la misericordia, el perdón, el respeto a todo y a todos, la justicia, el desapego a las cosas, la paz y la esperanza. En El podemos encontrar las respuestas al dolor, a la injusticia y a la muerte. Fuera de El, el hombre vive en continua zozobra porque no puede encontrar seguridad ni saciar sus apetitos; no puede encontrar la paz.

El problema que tiene Jesús para acercarse a nosotros es que no le conocemos y, además, el mundo no nos lo recomienda. No le conocemos porque muchos de los que pertenecen a su Iglesia no dan adecuado testimonio de su fe ni tampoco han sabido anunciar su mensaje debidamente, contaminándolo con ingredientes de todo tipo, políticos y sociales, que lo han desdibujado. Debemos señalar que el mundo se ha encargado de resaltar los pecados de los cristianos y no de alabar sus muchas acciones encomiables. Así que trataré, a continuación, de ir analizando todos estos obstáculos que nosotros, los seguidores de Jesús, hemos puesto y ponemos en el camino de acercamiento de Dios a su criatura predilecta.

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