martes, 26 de noviembre de 2013

La luz del mundo (V) - Esperanza y vida

Antes he tratado de describir algunas de las muchas formas que tenemos los cristianos de desprestigiar el mensaje que deberíamos acreditar y difundir. Para mucha gente, tales conductas han sido motivo de escándalo y apartamiento de Jesús y de su Iglesia; por ello trataré, a continuación, de lo equivocado de tal reacción. No se trata de justificar los errores cometidos, sino de verlos desde la perspectiva de Jesús, no desde la nuestra. Si esto ayuda a alguien como a mí me ha ayudado, habré cumplido mi objetivo al escribir esto. Por otro lado, como ya dije, aquellas sombras sirven para apreciar mejor su contrapunto, la luz.
Tras este preámbulo, la cuestión que trato de ventilar es: ¿Qué pintamos los pecadores en la Iglesia; qué dice Jesús de nosotros?. Busco una respuesta, obtenida directamente de su Palabra, que me ha llegado con la ayuda de su Iglesia, que para eso está y la fundó.

De entrada, cualquiera que haya tenido un mínimo contacto con el Evangelio puede responder que Jesús perdona al pecador arrepentido; pero quizá se le escapa lo más importante, el meollo de la cuestión, el cómo y el porqué de ese perdón. Veamos lo que Él nos dice: Antes que nada, Jesús no es un juez según los criterios humanos; no ha venido a condenar sino a salvar. En Juan 8,15 leemos, “vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie “. En Juan 12, 47 vemos, “Y si alguno escucha mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido a juzgar al mundo sino a salvar al mundo”. Palabras, éstas, que no hacen sino confirmar lo que ya aparece al principio del evangelio de Juan, 3,17: “Pues Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él.” Su misión y objetivo está claro.

En consonancia con su talante de “juez” que no ha venido a castigar e imponer una pena, sino a salvar al delincuente (pagando incluso con su vida por los desvaríos de éste), su sentencia va a ser una exhortación a abandonar el camino equivocado y volver al redil del cual él es el “buen pastor que da la vida por sus ovejas”. Por eso a la mujer adúltera, cogida “in fraganti”, que debía ser lapidada por ley, le dice:” ¿nadie te ha condenado?...tampoco yo te condeno; vete y no peques más” (Jn.8,10 y ss.); y a la pecadora arrepentida que ha regado sus pies con lágrimas, le dice : “ Tus pecados te son perdonados…Tu fe te ha salvado, vete en paz” (Lc. 7, 44 y ss.). Él solo quiere que cambiemos de rumbo y le sigamos para encontrar la auténtica felicidad y la vida. Jesús no se “cabrea”, no castiga; ni siquiera nos abronca ni nos echa sermones. Quiere que nos olvidemos de todos nuestros errores pasados y miremos al futuro con una nueva mirada : “A otro le dijo: Sígueme, y respondió: Señor déjame primero ir a sepultar a mi Padre. Él le contestó: Deja a los muertos sepultar a sus muertos…” Con Jesús está la vida y el futuro; el pasado, la muerte, pasado está. Por eso insiste un poco más adelante: “Nadie que, después de haber puesto la mano en el arado, mire atrás, es apto para el Reino de Dios.

Vemos que Jesús solo quiere que le sigamos, que dejemos de seguir a “otros dioses”, que seamos conscientes de nuestro error, que nos arrepintamos de corazón. Frente al fariseo que reza, ufanándose de lo “bueno” que es por lo bien que cumple la ley, Jesús nos presenta la figura del publicano que se acusa a sí mismo por sus pecados y nos señala. “Os digo que bajó a su casa justificado” (Lc.18,14)
Jesús nos quiere dejar claro que los pecadores tenemos un lugar principal en su corazón: “Os digo que habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión” (Lc. 15, 7). Porque su misión, insiste, es salvar a los pecadores: Cuando va comer a casa de Mateo y los fariseos se escandalizan de que “comiese con publicanos y pecadores”, Él es contundente, “No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores” (Mt. 9,13 ); y cuando acude a casa de Zaqueo y vuelven a acusarle de lo mismo, Él nos repite, “Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”. (Lc. 19,10). Vemos como Jesús no quiere dejar ninguna duda sobre el objetivo de su venida, pero hay más. Jesús ya cuenta con nuestra pasividad, desgana, desilusión o desconfianza de nosotros mismos para cambiar de vida, y por eso, sale a nuestro encuentro.

Primeramente sale a nuestro encuentro con una Palabra que , con claridad meridiana, nos expresa, de forma plena, su amor por nosotros, los pecadores : Así, se compara con el Buen Pastor que deja noventa y nueve ovejas y va “en busca de la perdida hasta que la halla. Y una vez hallada, alegre, la pone sobre sus hombros y vuelto a casa, convoca a los amigos y vecinos , diciéndoles : Alegraos conmigo, porque he hallado a mi oveja perdida.”(Lc. 15,4 yss.) Él es el padre del hijo pródigo que no quiere correr el riesgo de que su hijo no se decida a dar el último paso en su retorno y “Cuando aún estaba lejos, viole el padre, y, compadecido, corrió a él y se arrojó a su cuello y le cubrió de besos”. Luego le organiza una gran fiesta y dice a todos: “comamos y alegrémonos porque este hijo mío, que había muerto, ha vuelto a la vida” (Lc.15,11 y ss.). Parece difícil encontrar palabras que expresen mejor el amor que Jesús nos tiene a los pecadores; sin embargo, yo creo que sí las hay . Son aquellas que pronuncia Jesús cuando, tras la tortura sufrida y a punto de morir, se dirige al Padre y le suplica el perdón de sus verdugos : “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc.23, 34)

Pero Jesús no solo sale a nuestro encuentro con su Palabra y su vida. También lo ha hecho a lo largo de la historia de la humanidad, una historia de salvación que se recoge en el Antiguo Testamento. Sin embargo, es en nuestra historia personal donde tenemos que encontrar a Jesús, descubriéndole detrás de los acontecimientos de nuestra vida; detrás de nuestros gozos y alegrías, de nuestros sufrimientos y tristezas. Si logramos verle en medio de esas vivencias, si conseguimos identificar sus brazos tendidos hacia nosotros, más allá de nuestra mirada corta y baja, le habremos hallado; quizá mejor, nos habremos dejado encontrar, porque El nunca deja de buscarnos, según hemos leído, para que estemos junto a El : “para que todos sean uno, como tu, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean en nosotros…Yo en ellos y tú en mí para que sean consumados en la unidad y conozca el mundo que tu me enviaste y amaste a éstos como me amaste a mí…quiero que donde esté yo, estén ellos también conmigo” (Jn.17, 21 y ss.) Gran misterio este de que todo un Dios omnipotente quiera tener la compañía de unos miserables como nosotros. Somos la Iglesia de los pecadores, la que fue el refugio de Oscar Wilde en la etapa final de su escandalosa vida, precisamente por eso, como él mismo confesó; la Iglesia, refugio de pecadores. Es la iglesia del Buen Ladrón, Dimas, que se encontró con el Señor en el último momento de su vida, como Wilde. ¡Qué lástima, con lo felices que habrían sido sus vidas de haberlo buscado mucho antes!

En fin, se trata de seguir a Jesús sin echar la vista atrás, a un pasado que Él quiere que olvidemos; de vivir una nueva vida como hijos de Dios que somos, destinados a gozar de la compañía de nuestro Padre por toda la eternidad; de tratar de ser felices de verdad, en una paz interior que poco tiene que ver con el ruido y la felicidad de los sentidos, pues somos esencialmente seres espirituales hechos para amar y destinados al Amor, Dios; en definitiva, de olvidarnos un poco de nosotros mismos y poner nuestros ojos en el Creador del universo, nuestro Padre.

En este seguimiento, basta que tengamos un poco de luz, algo de voluntad; no tenemos que hacer grandes esfuerzos, solo dar un paso, dejarnos llevar sin poner trabas. El Espíritu de Dios hará que avancemos, porque, como hemos visto, está empeñado en tenernos junto a Él; Él ya cuenta con nuestra flaqueza y desánimo. Pero hagamos algo, empecemos por disfrutar de un momento de silencio, solo silencio, en su casa que es la nuestra, en el templo. Y si no, como el nos ha dicho que somos templos del Espíritu Santo, encontrémosle dentro de nosotros. Siempre nos estará esperando.

Perdonad estos consejos que me doy a mí mismo aunque empleo el plural en mi afán de compartirlos con vosotros. Ese es y será mi propósito : Seguir avanzando junto a vosotros a la luz de La Luz.

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